Full text: La señorita Elena (5)

E li” 
—Voy 4 echar una copa. 
—Por Dios, Patricio... 
—¡Qué pesada te pones, mujer!—contestó Pa- 
tricio encolerizándose.—¡ Déjame que vaya á don- 
de se me antoje que bastantes malos ratos pasé 
en la cárcel! ¿Quieres tú tenerme ahora encerrado ? 
techazó á su esposa con brusco ademán, abrió 
la puerta y se marchó. 
El pasaje en que vivía estaba más animado que 
durante «el día y una porción de hombres y mu- 
jeres andrajosos se cruzaban en todos sentidos. 
—¡Eh! ¿Ya saliste de la cárcel, Patricio?—le di- 
jeron. 
—Sí, amigos míos, adiós y gracias,—contestó Pa- 
tricio dirigiéndose con paso rápido á Adams street 
situada al final del pasaje. 
Se había propuesto iy 4 pasar la velada á la 
taberna de Querís Elisabeth. 
El establecimiento que llevaba «el nombre de ta- 
berna de la Reina Isabel, estaba situado en las 
orillas del Támesis entre el puente de Londres 
y el palacio de Lambeth. 
La cerveza que despachaban allí era excelente 
y costaba 'un poco más cara, pero esto le impor- 
taba poco porque llevaba bien provisto el bolsillo, 
Se metió en un dédalo de courts y de lanes, 1es 
decir de pasajes y callejuelas para atajar lo que 
'en Londres se consigue con los pasajes que acor- 
tan mucho las distancias, y así llegó al cabo á una 
alle completamente desierta en la que oyó ruido 
de pasos á su espalda. 
Instintivamente, y como si de pronto le impre- 
sionasen los presentimientos de su mujer, se paró 
en el lacto y esperó 4 que, el que le seguía se 
acercase. Se detuvo al pie de un farol. 
El ¡paso se percibía cada vez con más claridad 
y no tardó en aparecer un hombre en «el círcu!: 
luminoso ¡producido por el faro!
	        
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