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diros, no entorpecerá en lo más mínimo la mar-
cha ordinaria de la justicia, y vuestro honor puede
mandar prender á las personas de las que tenga
sospechas.
—Pero, sepamos;—dijo el magistrado, —¿qué es
lo que pedís?
—Una cosa bien sencilla; que envíen el cadáver
á Saint-Bartheleny hospital, ó al depósito ó que
lo dejen aquí, pero que no lo toquen ni examinen
hasta mañana por la mañana.
—¿ Y mañana por la mañana?—dijo el magis-
trado, l
—Podré decir con seguridad quién es el asesino,
—contestó el médico alemán, y al decirlo, aquel 4
hombre, que vestía con una sencillez rayana en la y:
miseria, sacó tuna cartera del bolsillo y de ella !
un. billete de banco de veinte libras.—Milord,—
añadió, —es costumbre exigir una fianza á las per-
sonas que solicitan la intervención de la justicia e
y yo estoy dispuesto 4 depositar »eesta suma en M
vuestras manos en garantía de mi buena fe.
y —No se necesita para nada, —respondió el ma-: h
A gistrado,—porque el cadáver continuará ahí en el p
0 sitio que ocupa, custodiado por dos policemans, le
A y mañana podréis hacer vuestros experimentos, )'
sin que por eso,—añadió el magistrado,—la justi- 4
cia espere á sus resultados para obrar. %
Inclinóse el médico alemán y se retiró. |
A dos pasos de la casa en que Patricio había M
vivido, veíase á un negro que parecía buscar á (
alguno entre la gente; y el que se decía alemán Y
y llamarse Conrado Hauser fuese en derechura á y
él y dándole el brazo salió con él del pasaje, diri- áN:
giéndose hacia Adams street, N
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El hombre pobremente vestido y que se expre- Y
saba con tanta distinción, el pretendido médico i
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