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zada de policemans, y unos vecinos caritalivos se
llevaron á sus casas á los miños. j
La mujer de Patricio continuaba allí con los
ojos enrojecidos, ébria de furor y sedienta de ven-
ganza.
La multitud, muy numerosa aun, se había aAgru-
pado á los alrededores del pasaje y de la casa.
Al bajar (del coche celular el abate Samuel, oyé-
ronse algunos gritos y silbidos que fueron repri-
midos en séguida por una salva de aplausos. '
Si el abate Samuel tenía enemigos y detracto-
res, había también entre ellos ardientes partida-
rios.
Entró con mucha calma y con la frente alta en
la sala en que se hallaba el cadáver y en la que
habían improvisado como un estrado: para el ma:
gistrado,
Al ver entrar al abate, levantóse Isabel como
"ma fiera, gritando:
¡Asesino! ¡Asesino!
Y le amenazó con el puño, siendo necesario que
dos agentes se apoderasen de ella para impedirla
que se arrojara sobre el abate,
Este la miró, y lo hizo como debió hacerlo
en otros tiempos Daniel á los leones, y el furor
3 de la viuda se desvaneció.
¿Me creéis capaz de derramar sangre? Y pre-
cisamente la de un hombre á cuya mujer é hijos
socorrí, —añadió con mucha dulzura.
Y siguió mirándola, y aquella mirada serena y
franca hizo bajar la cabeza á Isabel, que se echó
á temblar, La duda iba reemplazando á la con-
vicción,
Levantó, sin embargo, la cabeza.
—Si no fuísteis vos el que lo hizo, fueron los
vuestros por vuestra orden.
—Estáis equivocada, —dijo el abate.
7 ¡Y miró con la misma serenidad al mavistrado,
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