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Y en el acto comprendió de donde salía «el gol-
pe que le hería.
En cuanto á la joven se habrá adivinado que
era lady Elena.
Al verla ahogó un grito la viuda, y lady Elena
se llevó un dedo á los labios para hacerla ca-
llar.
Al mismo tiempo miró la joven al médico ale-
mán, y no pudo reprimir un ligero estremeci-
miento.
—Me reconoce,—se dijo lel Hombre Gris.
Y procedió á descubrir el objeto voluminoso, y
con sorpresa se vió que no era ni más ni menos
que un aparato fotográfico.
¿Qué será lo que irá á hacer?—se preguntaron
con asombro los asistentes.
XVI
Por muy sereno que sea un hombre, por muy
dueño de sí y de su razón, hay mome ntos en que
la inminencia de un peligro le llega al alma y
abruma su frente.
El Hombre Gris pasó un minuto de indecible
ansiedad. Lady Elena estaba allí y le había reco-
nocido, y no tenía que hacer más que dar dos
pasos para acercarse al magistrado y hablarle un
momento al oído para pedirle que le prendiesen.
Hay, sin embargo, que decirlo, pero en seguida;
esa angustia que experimentó mo fué resullado de
un sentimiento de egoísmo.
En aquel momento no se acordaba el Hombre
Grsi de sí mismo: no pensaba más que en el
abate Samuel. _
Si le prendían y no podía” practicar el misterio-
so experimento que la multitud esperaba con an-
sia, el abate Samuel estaba perdido, le volverían
a lovs w a Newgate, en donde ya busc: wían los ene-