Full text: La señorita Elena (5)

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—¡Dios miío!—exclamó acercándose con las ma- 
nos extendidas al cadáver.—¡ Mi marido resucita! 
¡Patricio! ¡Patricio! ¡El buen Dios hizo un mila- 
gro! Abre los ojos, resucita. 
Y, en efecto, pudo verse entonces una cosa lex 
7 traña, después de echar algunas gotas de bellado- , 
na en los ojos del muerto el Hombre Gris, dejó 
caer los párpados y los ojos se cerraron. 
De improviso los párpados empezaron á levan- 
tarse y los ojos se abrieron desmesuradamente 
como si quisiesen fijarse en la multitud. 
Veinte personas repilicron el grito de asombro ' 
de Isabel y por un momento reinó una emoción 
“ayana en el espanto. 
] El Hombre Gris cogió á la viuda del brazo y 
deteniéndola á poca distancia del cadáver la dijo: 
—Por desgracia, buena mujer, vuestro marido 
no resucita y yo no tengo poder para hacer mila- 
gros. Lo que hay es que el zumo de belladona 
que le eché en los ojos los dilata y agranda de 
una manera extraordinaria de tal modo que los 
párpados son pequeños para cubrirlos. 
El respeto que todos tenían á la justicia era 
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nO 
E tan grande que bastó una sencilla señal del magis- 
trado para que se restableciesa el orden y el si- 
E lencio. 
Mientras tanto que el Hombre Gris colocaba su 
aparato casi enfrente del cadáver, los individuos 
S que lo habían llevado abrieron una caja y de ella 
7 sacaron un baño de porcelana y una porción de il 
frascos que contenían las drogas empleadas por r 
los fotógrafos. 
Al lado de la sala que servía de habitación á la 
familia de Patricio había un cuarto obscuro ep 
el que la mujer de aquél guardaba sus ropas. 
El Hombre Gris se fijó en aquel cuartito cuya 
puerta estaba abierta, 
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