Full text: La señorita Elena (5)

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Cuando estuvieron en la calle se volvió hacia 
el nuevo negro, 
—Ya sabes, mi buen Dandy, —dijo,—que no ten- 
go más que una palabra y cumplo todo lo que 
prometo, 
—Entonces, vais á convertirme en un gran se- 
ñor, —contestó el Dandy, que, á la luz naciente del 
día, dirigió una mirada lastimosa á sus destroza- 
das ropas. 
—Tú lo has dicho. 
En aquel momento paso un carruaje aresocupado. 
El Hombre Gris llamó al cochero, que paró el 
caballo y ambos subieron al carruaje, 
—¿A dónde vamos? preguntó el Dandy. 
—A Hampstead, á tu casa. 
¡Ay! Mis criados no reconocerán nunca á lord 
Wilmot,—dijo suspirando el Dandy. 
El Hombre Gris sonrió y el carruaje se puso en 
marcha, 
A. la media hora llegaban 4 Hampstead. 
Desde dos días que el Dandy se había converti- 
do en negro y que vagaba de taberna en taberna, 
no habiéndose atrevido 4 presentarse en la quinta. 
Le daba vergúenza comparecer ante Susana y Je- 
remía, la hija de Jefferies, que iba poco á poco 
recobrando la salud y empezaba á dar largos pa- 
seos por el jardín. Le avergonzaba, sobre Lodo, 
afrontar las miradas de aquel ayuda de cámara, 
que tenía tan apuesto y que con tanta seriedad le 
llamaba milord. 
El Hombre Gris, que tenía una llave de la verja, 
fué el primero que entró. 
—No hagamos ruido y así evitaremos que' se 
despierte Jeremía y vamos á tu cuarto. Hoy te 
serviré yo de ayuda de cámara. 
Era ya de día, pero aun dormían todos en la 
quinta. ' 
Al entrar en la lujosa alcoba y en el cuarto to-
	        
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