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Cuando estuvieron en la calle se volvió hacia
el nuevo negro,
—Ya sabes, mi buen Dandy, —dijo,—que no ten-
go más que una palabra y cumplo todo lo que
prometo,
—Entonces, vais á convertirme en un gran se-
ñor, —contestó el Dandy, que, á la luz naciente del
día, dirigió una mirada lastimosa á sus destroza-
das ropas.
—Tú lo has dicho.
En aquel momento paso un carruaje aresocupado.
El Hombre Gris llamó al cochero, que paró el
caballo y ambos subieron al carruaje,
—¿A dónde vamos? preguntó el Dandy.
—A Hampstead, á tu casa.
¡Ay! Mis criados no reconocerán nunca á lord
Wilmot,—dijo suspirando el Dandy.
El Hombre Gris sonrió y el carruaje se puso en
marcha,
A. la media hora llegaban 4 Hampstead.
Desde dos días que el Dandy se había converti-
do en negro y que vagaba de taberna en taberna,
no habiéndose atrevido 4 presentarse en la quinta.
Le daba vergúenza comparecer ante Susana y Je-
remía, la hija de Jefferies, que iba poco á poco
recobrando la salud y empezaba á dar largos pa-
seos por el jardín. Le avergonzaba, sobre Lodo,
afrontar las miradas de aquel ayuda de cámara,
que tenía tan apuesto y que con tanta seriedad le
llamaba milord.
El Hombre Gris, que tenía una llave de la verja,
fué el primero que entró.
—No hagamos ruido y así evitaremos que' se
despierte Jeremía y vamos á tu cuarto. Hoy te
serviré yo de ayuda de cámara.
Era ya de día, pero aun dormían todos en la
quinta. '
Al entrar en la lujosa alcoba y en el cuarto to-