el ayuda de cámara sacaba el dinero para llenar
los bolsillos del Dandy.
Cogió una cartera repleta de billetes de Banco.
—Toma,—añadió. :
—¿ Qué es eso ?
—Una cartera que contiene dos mil libras.
—¡Ah!
—Te la vas á guardar en el bolsillo.
—¿ Con qué objeto?
—Eso es lo que voy á explicarte, —contestó el
Hombre Gris.—Siéntate y escucha.
Sentóse el Dandy, pero tuvo el cuidado de colo-
'arse delante del espejo, para no perder nada del
mágico golpe de vista de sus condecoraciones y
de su encomienda.
XIX
El Hombre Gris no pudo por menos de sonreir
al observar que el Dandy tomaba por lo serio. lo-
dos los títulos y condecoraciones que acababa de
conferirle.
—Ya podrás suponer que no te doy un nombre
«tan pomposo y te adorno con todo eso, sólo para
consolarte de la desgracia de haberte vuelto negro.
—Con seguridad que no,—respondió el Dandy
que recobró de pronto el buen sentido propio de
un inglés.
—¿No te dije que iba á hacer el descubrimiento
del asesino de Patricio?
—Sí, ¿cómo? lo ignoro y ni siquiera tengo idea
de ello, —dijo el Dandy,—pero tratando de cosas
vuestras no me apuro, “porque hacéis todo lo que
se os antoja.
—Me ¡conmueve tu confianza, —replicó el Hom-
bre Gris. —Ten presente, sin embargo, lo que te dije
hará 'un par de horas. Si prenden al abate Samuel
no le querrán poner en libertad aun cuando se de-
muestre su inocencia, de manera que nuestros es-