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Y el magistrado, al decirlo, señaló 4 Juan el
mendigo.
Saludó el abate Samuel y la concurrencia abrió
respetuosamente paso.
Mientras tanto, el Hombre Gris se había acer-
cado á lady Elena y la miraba.
Una vez más la hizo inclinarse bajo la potencia
le su mirada.
Inclinóse y la dijo en voz baja:
—¿ Me reconocísteis? .
—Sí,—contestó lady Elena muy emocionada,
—Siendo así, ¿por qué no me delatáis?
Estremecióse, al parecer, lady Elena,
—Salgamos, —dijo,—y os lo diré,
El magistrado, como verdadero inglés, creyó que
tenía el deber de felicitar al pretendido médico
alemán por el concurso eficaz que había presta-
do á la justicia. Hizo un discurso que terminó in-
vitándole á que se (presentara al lord canciller,
que también le felicitaría.
Y el Hombre Gris se retiró muy confuso con
todos alquellos elogios y aclamado por la concu-
rrencia que le despidió con unos murmullos muy,
expresivos.
Siguióle lady Elena y apoyóse sin afectación en
su brazo, de tal manera, que se podía creer que
había ido en su compañía.
Atravesaron por entre los grupos de curiosos y
se internaron en el dédalo de las callejuelas que
existe en los alrededores de Adams street.
El Hombre Gris miró á lady Elena,
—No teníais que hacer más que pronunciar una
palabra para que me prendiesen,—indicó.”
—Pues bien, no quise decirla,
—¿Por qué?
—Ese es mi secreto,
El Hombre Gris la fascinó entonces como el mi-
lano á la paloma,