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pesquisas decíase el reverendo Pedro Town, pues
era él:
—He ahí á un magistrado de policía al que
su independencia é imparcialidad van á costar ca-
ros. En vano me incliné á ¡su oído diciéndole quién
era y que tenía empeño por parte de elevados
personajes en que el abate Samuel siguiese es-
tando preso; fingió que no me comprendía. Pero,
—siguió diciéndose el reverendo, —un magistrado
de policía no es como uno de esos jueces de pe-
luca blanca. A ese magistrado se le ¡puede des-
tituir sin dificultad y si yo lowpido no dejarán de
hacerlo.
En el momento en que tomaba esta resolución
sintió que le ¡upoyaban una mano en el hombro.
Volvióse el reverendo y reconoció á lady Elena,
—Pero ¿dónde estuvísteis? Os anduve buscando
por todas partes,
Fuí 4 acompañar durante 'un rato al médico
tfalemán. ¿Sabéis que es sumamente curioso el expe-
rimento que hizo?
Y lady Elena parecía estar muy entusiasmada
con el medio empleado por el pretendido médico
alemán,
—¿ Os lo parece así?—preguntó con amargura
el reverendo.
—Sí, por cierto, —respondió lady Elena.
—Por los labios del reverendo Town vago una
sonrisa llena de ironía.
—¿Por qué no le recomendáis al noble lord,
vuestro padre, para que obtenga para él, una re-
compensa del Parlamento? ¡La verdad es que hizo
una gran cosa!
-—En efecto, —respondió lady Elena sonriendo,
—como que fué causa principal de que pusiesen
en, libertad 4 ese sacerdote irlandés.
—¡Y qué á tiempo legó ese negro!—exclamó el
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