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da
del
LIBRO
NO PUDIENDO GIL BLAS ACOMODARSE Á LAS
COSTUMBRES DE LOS COMEDIANTES, SE
SALE DE CASA DE ARSENTA, Y HALLA ME-
JOR CONVENIENCIA,
Un tantico de honor y da religión que
conservaba todavía en medio de tan es-
tragadas costumbres, me obligó no sólo ú
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7 . = E 1 >
di jar ó Arsenia, sino también 4 romper
comunicación con Laura, -4 quien,
no podía menos de amar,
aun conociendo que mo hacía mil infidel;
dades, Dichoso aquél que sabe aprovechar-
so de ciertos momentos en que la razón
viene 4 turbar los ilícitos embelesos que
la tienen obcecada. Amaneció, pues, una
mañana, muy dichosa para mi, en la cual
hice mi hatillo; y sin contar con Arsenia,
que, si ya á decir verdad, casi nada me
debía de mi salario, ni despedirme de mi
querida Laura, salí de aquella casa en que
sólo se respiraba libertinaje. Premióme in-
mediatamente el Cielo esta buena obra,
pues encontrando al mayordomo de mi
difunto amo don Matías, le salude, y él,
conocióndome al instante, me preguntó á
quién servía, Respondile que había esta-
do un mes en casa de Arsenia, cuyas cos-
tumbres desenvueltas uo me cuadraban,
y que en aquel mismo punto voluntaria-
mente acababa de dejarla por salvar mi
inocencia. El mayordomo, como si de gu-
yo fuera hombre escrupuloso, aprobó mi
delicadeza y me dijo que, pues yo era
mozo tan honrado, quería 61 mismo bus»
carme una buena conveniencia. Cumplió
puntualmente su palabra, y en aquel mis-
mo día me acomodó con don Vicente de
Guzmán, de cuyo mayordomo él era gran-
lo. amigo.
No podía entrar en mejor casa; y asl
nunca me arrepenti de haber estado en
ella. Era don Vicente caballero ya anciano
muy rico, que hacía muchos años vivía
eliz, sin pleitos y sin mujer, porque los
médicos lo habían privado do la suya que-
rióndola curar do una tos que. verosímil-
Mento la dejaría vivir más largo tiempo
toda
. 1
sin embargo,
CUARTO
si no hubiera tomado sus remedios. Na
pensó jamás en volverse 4 casar, dedicán-
dose enteramente á la educación de Auro-
ra, su hija única, que entraba entonces en
los veintisdis años y era una señorita com-
pleta. Juntaba 4 su hermosura poco co-
mún, un entendimiento despejado y gran-
de instrucción. Su padre era hombre de
poco talento; pero tenía el de saber gober-
nar su casa. Sólo le hallaba yo un defecto,
que ú los viejos se les debe perdonar :
gustaba mucho de hablar, sobre todo de
guerras y batallas. Si por desgracia se to-
caba esta tecla en su presencia, luego so-
naba en su boca la trompeta heroica, y se
tenfan por muy afortunados los oyentes si
se contentaba con embocarles la relatión
de tres batallas y dos sitios. Como habia
militado las. dos terceras partes. de su vi-
da, era su memoria manantial inagotable
de funciones y hazañas militares, que
siempre se olan con el gusto con que cl
las relataba. A esto se añadía que era muy
prolijo, sobre ser un poco tartamudo, con
lo cual sus relaciones se hacían en extre-
mo desagradables. En lo demás no era
fácil hallar señor de mejor carácter. Siem.-
pro de igual humor, nada testarudo ni ca-
prichoso, cosa verdaderamente rara en un
hombre do su clase. Aunque gobernaba su
hacienda con. juicio y economía, se trata-
ba muy decentemente. Componfase su
familia de varios criados y de tres criadas
que servian 4 Aurora. Conocí desde luego
que el mayordomo de don Matías me ha-
bía colocado en buena casa, y solamente
pensé en el modo de conservarme en ella.
Apliquéme á conocer bien el terreno y 4
sbtudiar el genio é inclinaciones de todos:
arreglé después mi conducta por este co-
nocimiento, y en poco tiempo logró tener
en mi fayor al amo y á todos mis compa-
eros. Ñ
Habíaso pasado casi un mes desde mi
entrada en casa de don Vicente, cuando se
me figuró que su hija me distingula entre
los demás criados. Siempre que me mi-
raba me parecía observar en sus ojos cier-
to agrado que no adyertía en eila cuando
miraba á los otros. A no haber tratado ya