Full text: Historia de Gil Blas de Santillana

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138 HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 
medio do un casamiento. Así se ejecutó, y 
al cabo de quince días se casó don Luis con 
mi ama, celebrándose la boda con osten- 
tación y un sin número de diversiones. 
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MUDA GIL BLAS DE ACOMODO, PASANDO Á 
SERVIR Á DON GONZALO PACHECO. 
Tres semanas después de este casamien- 
to, queriendo mi ama recompensar mis 
buenos servicios, me regaló cien doblones 
y me dijo: 
—Gil Blas, yo no te despido de mi ca- 
sa ; puedes mantenerte en ella todo el tiem- 
po que quisieres ; pero sábete que don Gon- 
zalo Pacheco, tío de mi marido, desea mu- 
cho que seas su ayuda de cámara. Le he 
hablado tan bien de ti, que me ha pedido 
que te persuada á que vayas á servirle. 
Es señor ya de días, pero de bellísimo ge: 
nio, y estoy cierta de que te irá muy bien 
con él. 
Di mil gracias á Aurora por sus favores, 
y como ya no necesitaba de mi, acepté con 
tanto más gusto el partido que me propor- 
cionaba, cuanto que yo no salía de entre 
la familia. Fuí, pues, una mañana de parte 
do la recién casada ú casa del señor don 
Gonzalo, que todavía estaba en la cama, 
aunquo era cerca de mediodía. Entré en 
su cuarto, y le hallé tomando un caldo 
que acababa de traerle un paje. Tenía el 
buen viejo los bigotes envueltos en unos 
papelillos, ojos hundidos y casi amortigua- 
dos, y el rostro descarnado y macilento. 
Era de aquellos solterones que, habiendo 
sido muy libertinos en la mocedad, no son 
más contenidos en la vejez. Recibióme con 
agrado, y me dijo que, si lo quería servir 
con el mismo celo con que había servido 
á su sobrina, podía contar con que me 
haría feliz. Ofrecile emplear igual esmero 
en cumplir con mi obligación en su casa 
que en la de su sobrina, y desde aquel mo- 
mento me recibió en su servidumbre. 
Heme aquí, pues, con un nuevo amo, 
el cual sabe Dios qué hombre era. Cuando 
se levantó creí estar viendo la resurrección 
de Lázaro. Figúrese el lector un cuerpo 
alto y tan seco, que si se le viese en cueros 
sería á propósito para aprender la osteo- 
logía: las piernas eran tan chupadas, que 
"aun después de tres ó cuatro pares de me- 
ídias que se puso, me parecian delgadísi- 
mas. Además de eso, esta momia viviente 
era asmábica, acompañando con una tos 
cada palabra. Luego tomó chocolate, y 
mandando después que le trajesen papel y 
tinta, escribió un billete que cerró y en- 
tregó al paje que le había servido el caldo, 
para que le llevase á su destino. Apenas 
partió éste, cuando volviéndose 4 mí me 
dijo: 
—Amigo Gil Blas, de aqui en adelante 
pienso que seas tú confidente de mis en- 
cargos, particularmente los respectivos á 
doña Bufrasia, que es una joven á quien 
amo y de quien soy tiernamente correspon- 
dido. 
—¡ Santo Dios !-—dije prontamente para 
mi capote, —y ¿cómo podrán los mozos 
dejar de creer que los aman, cuando este 
viejo chocho está persuadido de que le ido- 
latran ? 
—Hoy mismo—prosiguió él, —irás con- 
migo á casa de esta señora, porque casi 
todas las noches ceno con ella. Te queda- 
rás admirado de ver su modestia y com- 
postura. Muy lejos de imitar á aquellas lo- 
quillas que se pagan de la juventud y se 
prendan de las apariencias, es ya de enten- 
dimiento claro y de juicio maduro: no 
busca en los hombres sino el buen modo 
de pensar, y prefiere á la belleza del rostro 
una persona quo sepa amar. 
No limitó á sólo esto el señor don Gon- 
zalo el elogio de su dama, sino que se 
empeñó en persuadirme que-era un com- 
pendio de todas las perfecciones ; pero en- 
contró con un oyente difícii en dejarse con- 
vencer sobre este punto. Después de haber 
“cursado en la escuela de las comediantas 
y sido testigo ocular de todas sus ma- 
niobras, nunca crei que los viejos fuesen 
muy afortunados en amor. Sin embargo, 
fingl, por complacerle únicamente, que le 
creía, y aun hice más, pues no sólo alabó 
la discreción y el buen gusto de doña Eu- 
frasia, sino que me adelanté á decir que ella 
tampoco podría hallar otro sujeto más ama. 
ble. El buen ho:mbre no conoció que yo le 
lisonjeaba; antes por el contrario, tomó 
por verdadera mi alabanza. Tanta verdad 
es que nada se arriesga en adular ú los 
grandes, pues admiten con gusto aun las 
lisonjas más desmedidas. 
Después de esta conversación comenzó 
el viejo á arrancar con unas pinzas algunos 
pelos blancos de la barba; se lavó los 
ojos, que estaban llenos de lagañas; lo 
mismo hizo con los oídos, manos y cara; 
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