Full text: Historia de Gil Blas de Santillana

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»caballo, y narti en derechura á¿ Toledo, 
»donde me detuve de intento ocho días, 
»con tan poco cuidado de ocultarme, que 
»verdaderamente no só cómo no me pren- 
»dieron; porque no puedo creer que el 
»conde de Polán, tan empeñado en tomar- 
»me todos los caminos, se olvidase de 
»cerrarme el de 'Poledo. En fin, ayer sali 
»de aquel pueblo, donde se me hacia in- 
»tolerable mi propia libertad, y sin fijar- 
»me ni aun proponerme destino alguno de- 
»berminado, llegué 4 esta ermita con tanta 
»serenidad como pudiera un hombre que 
»nada tuviese que temer. Estos son, padre 
»mio, los cuidados que me ocupan al pre- 
sente, y ruégoos que me ayudéis con 
»vuestros consejos.» 
XI 
QUIÉN ERA EL VIEJO ERMITAÑO, Y CÓMO 
CONOCIÓ GIL BLAS QUE SE HALLABA EN- 
TRE AMIGOS. 
Luego que don Alfonso acabó la triste 
relación de sus infortunios, le dijo el er- 
mitaño ; 
—Hijo mío, mucha imprudencia fué el 
haberos detenido tanto en Toledo. Yo miro 
con muy diferentes ojos que vos todo lo 
que me habéis contado, y vuestro amor á 
Serafina me parece una verdadera lo- 
cura. Oreedme 4 mi: no os ceguéis: es 
menester olvidar á esa joven, pues no está 
destinada para vos. Ceded voluntariamente 
á los grandes estorbos que os desvían de 
ella, y entregaos á vuestra estrella, la cual, 
según todas las señales, os promete muy 
distintas aventuras, Sin duda encontra- 
réis alguna bella joven que hará en vos 
la misma impresión sin que hayáis quita- 
do la vida á alguno de sus hermanos. 
Iba á decirlo muchas cosas para exhor- 
tarlo ¿ la paciencia, cuando vimos entrar 
en la ermita otro ermitaño cargado con 
unas alforjas bien llenas. Venía de Cuen- 
ca, donde había recogido una limosna muy 
copiosa. Parecla más mozo que su compa- 
fiero; tenía la barba roja, espesa y bien 
poblada. 
—Bien venido, hemano Antonio—le dijo 
el viejo anacoreta; — ¿qué noticias nos 
traes de la ciudad ? 
—Bien malas—respondió el hermano 
barbirrojo;-—ese papel os las dirá. 
154 HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 
Y entrególe un billete cerrado en forma 
de carta. Tomóle el viejo, y después de 
haberlo leído con toda la atención que me- 
recia su contenido, exclamó : 
-¡ Loado sea Dios! Pues se ha descu- 
bierto ya la mecha, tomemos otro modo 
de vivir. Mudemos de estilo—prosiguió di- 
rigiendo la palabra al joven caballero. En 
mi tenéis un hombre con quien juegan co- 
mo con vos los caprichos de la fortuna. De 
Cuenca, que dista una legua de aquí, me 
escriben que han informado mal de mi á la 
justicia, cuyos ministros deben venir ma- 
ñana 4 prenderme en esta ermita; pero na 
hallarán la liebro en la cama. No es la 
primera vez que me veo en este apuro, y, 
gracias á Dios, casi siempre he sabido li- 
brarme con honra y desembarazo, Voy á4 
presentarme en otra nueva ligura, porque 
habéis de saber que, tal cual me veis, 
no soy ermitaño ni viejo, 
Diciendo y haciendo, se desnudó del 
saco grosero que le llegaba hasta los pies, 
y dejóse ver con una jaquetilla 6 capoti- 
llo de sarga negra con mangas perdidas. 
Quitóse el capuz, desató un sutil cordón 
que sostenía su gran barba postiza, y ofre- 
ció á los ojos de los circunstantes un mo- 
zo de veintiocho á treinta años. El her. 
mano Antonio, á su imitación, hizo lo mis- 
mo: quitóse el hábito y la barba eremiti- 
ca, y sacó de una arca vieja y carcomida 
una ralda sotanilla, con que se cubrió lo 
mejor que pudo. Pero ¿quién podrá con- 
cebir lo admirado y atónico que me quedó 
cuando en el viejo ermitaño conoci al se- 
ñor don Rafael, y en el hermano Antonio 
á mi fidelísimo criado Ambrosio de La- 
mela ? 
—| Vive diez !—exclamó al punto sin 
poderme contener, — que estoy en tierra 
amiga. , 
—AsÍ es, señor Gil Blas—dijo riendo 
don Rafael.—Sin saber cómo ni cuándo, 
to has encontrado con dos grandes y anti. 
guos amigos tuyos; confisso que tienes 
algún motivo para estar quejoso de nog- 
otros; pero pelillos á la mar, olvidemos 
lo pasado, y demos gracias á Dios de que 
nos ha vuelto á juntar. Ambrosio y yo 08 
ofrecemos nuestros servicios, que no son 
para despreciados. Nosotros á niuguno ha- 
cemos mal, á ninguno apaleamos, á ningu- 
no asesinamos, y solamente queremos yi- 
vir á costa ajena. Agrégate á nosotros dos, 
y tendrás una vida andante, pero alegre.. 
No la hay más divertida, como se tengw'
	        
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