A
A AIRES AGRA
PARA
HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 199
desagradecida é injusta; pero al fin es mu-
jer, y ama con extremo ú Séfora, que la
ha criado. La quiere como sl fuera su ma-
dre, y creería ser causa de su muerte si no
lo daba gusto. Por lo que hace á mi, aun-
que quiero tanto ú Serafina, no pienso del
mismo modo, y no consentiré que te apar-
tes de mí, aunque pereciesen todas las
dueñas de España, pues te miro, no como
á criado, sino com) ú hermano.
Luego que acabó de hablar don Alfon-
go, lo dije:
—Señor, yo he nacido para ser jugucte
do la fortuna. Pensaba que cesaria de per-
soguirme en vuestra casa, en donde todo:
me prometía una vida feliz y tranquila;
poro al fin me es preciso dejarla, aunque
con ella pierda mi mayor gusto.
No, no—exclamó el generoso hijo de
don César —Déjame, yo convenceró á Se-
rafina: no se ha de decir que te hemos
sacrificado al capricho de vna dueña; de-
masiado la contemplamos en otras cosas.
-Pero, señor—repliquó,—irritardis más
á Serafina si la resistis; más bien quiero re-
tirarme que exponerme, permaneciendo en
cosa, 4 causar desazón entro dos esposos
tan perfectos: si esta desgracia sucediese,
jamás hallaría yo consuelo,
Don Alfonso me probibió tomar esto
partido, y le vi tan resuelio, que Lorenza
no hubiera logrado su intento si yo no
hubiese permanecido en mi propósito. Es
verdad que, picado de la venganza de la
dueña, tuve mis impulsos de cantar de
plano y descubrirla ; pero luego me com-
pudecta considerando que, si revelaba su
flaqueza, heria mortalmente 4 nna infeliz
de cuya desgracia era yo la causa y á
quien dos males irremediables echaban al
hoyo. Juzgué, pues, que en conciencia de
bía restablecer el sosiego en la casa salién-
dome de ella, pues que era hombre que
ocasionaba tanto daño. Hicelo así el día
siguiente antes de amanecer, sin despe-
Girme de mis amos, temiendo que su ca-
riño estorbase mi partida, y sólo dejé en
mi cuarto una cuenta puntual de mi admi-
nistración,
II
DE LO QUE SUCEDIÓ Á GIL BLAS DESPUÉS
DE DEJAR LA CASA DE LEIVA, Y DE LAS
FELICES CONSECUENCIAS QUE TUVO EL
MAL SUCESO DE SUS AMORLS.
Yo tenía un buen caballo, y llevaba en
mi maleta doscientos doblones, proceden-
tes la mayor parte de lo que me tccó de los
bandoleros que matamos y de los mil du-
cados que robamos 4 Samuel Simón, por-
que don Alfonso había restibuido generosa-
mente toda la cantidad, cediéndome la
parte qua ma había tocado. Así, mirando
mi caudal por esta circunstancia como ya
legítimo, gozaba de él sin escrúpulo de
conciencia. En una edad como la que yo
entonces tenía, se confía mucho en el pro-
pio mérito, y fuera de esto, con mi Gine-
ro nada creía debía temer en adelante.
Por otra parte, Toledo me ofrecía un agra-
dablo asilo, y no dudaba que el conde do
Polán tendría mucho gusto en recibir en
su casa 4 uno de sus libertadores. Pero esto
recurso debía ser cuando todo corriese tur»
bio; y antes de valerme de él, quiso gas-
tar parto de mi dinero en correr los reinos
do Murcia y Granada, que deseaba ver con
particularidad. Con este intento tomé el
camino de Almansa, de donde, prosiguien-
do mi viajo, fuí de pueblo en pueblo hasta
la ciudad de Granada, sin que me suce-
diese contratiempo alguno. Parecía que la
fortuna, satisfecha ya de tantos chascos
como me había jugado, quería en fin de-
jarme en paz; pero esta traidora me pro-
paraba otros muchos, como se verá en
adelante.
Uno de los primeros sujetos que encon-
tró en las calles de Granada fué el se-
ñor don Fernando de Leiva, yerno, como
don Alfonso, del conde de Polán. Ambos
quedamos sorprendidos de vernos en Gra-
nada.
—¿Qué es esto, Gil Blas—me dijo,—
tú en Granada? ¿Qué es lo que aquí to
trae?
—Señor—le dije, —si usted se admira de
verme en este país, con mucha más razón
so maravillará cuando sepa la causa que
me ha obligado á dejar la casa del señor
don César y su hijo.
En seguida le contó cuanto 1ne habia
pasado con Séfora, sin callarle nada; cau-
sóle gran risa el lance, y ya sosegado, mo
dijo seriamente:
—Amigo, voy á4 tomar por mi cuenta
este negocio; escribiré 4 mi cuñada...
—No, no señor--interrumpl ;— suplico 4
usted no haga tal cosa: no he salido de la
casa de Leiva para volver á ella. Si usted
gusta, puede emplear de otro modo el fa-
yor que le debo: ruego á usted que si al-
guno de sus amigos necesita un secretario
¿4 mayordomo, me presente y recomiende,
HN
AA cm