202 HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA
TIL
LLEGA GIL BLAS Á SER EL PRIVADO DEL AR-
ZOBISPO DE GRANADA Y EL CONDUCTOR
DE SUS GRACIAS.
Mientras la siesta, había yo sacado de
lo posada mi maleta y caballo, y vuelto
después á cenar á palacio, en donde me
pusieron un cuarto decente con muy bue-
ña cama. El día siguiente me hizo llamar
Su Jlustrísima muy de mañana para dar-
me 4 copiar una homilía, encargándome
mucho que lo hiciera con toda la exacti-
tud posible; ejecutélo así sin omitir acen-
to, punto ni coma, de lo que manifestó
el prelado un gran placer mezclado de sor-
presa. Luego que recorrió todas las ho-
jas de mi copia, exclamó admirado:
—¡ Eterno Dios! ¿Puede darse cosa más
correcta? Eres muy buen copiante por ser
perfecto gramático. Háblamo sin reparo,
amigo mío, ¿has hallado al escribir alguna
cosa que te haya chocado? ¿algún descui-
do en el estilo ó algún término impropio?
Es muy fácil que se me haya escapado al-
go de esto en el calor de la composición.
—¡0Oh, señor! — le respondi modesta-
mente, —no tengo tanta instrucción que
ueda meterme ¿ crítico; y aun cuando
3 tuviera, estoy cierto de que las obras
do Su Ilustrísima no caertan bajo mi cen-
BUra.
Sonrióse con mi respuesta, y nada me
replicó ; pero en medio de toda su piedad
so traslucía que amaba con pasión Bus es-
cribos.
Acabé de granjear su amistad con esta
adulación ; cada día me quería rrás, tan-
to que don Fernando, que visitaba fre-
cuentemente á mi amo, me aseguró que
había de tal modo ganado su voluntad,
que podía dar por hecha mi fortuna. Mi
amo mismo lo confirmó poco tiempo des-
pués con la ocasión siguiente.
Habiendo relatado con vehemencia una
tarde, en su estudio, delante de mí, una
homilía que había de predicar en la ca-
tedral al otro día, no se contentó con
preguntarme en general qué me había pa-
recido, sino que me obligó á decir los pa-
sajes que más me habían llamado la aten-
ción, y tuve la fortuna de citarle aquellos
de que él estaba más satislecho y que eran
sus favoritos: esto me hizo pasar en el
concepto de Su Ilustrisima por un cono-
cedor delicado de las verdaderas bellezas de
una obra.
—Esto es—exclamó,—lo que se llama
tener gusto y finura. SÍ, querido, te ase-
guro que no es tu oído oreja de asno,
En fin, quedó tan contento de mí, que
me dijo con mucha expresión :
—Gil Blas, no tengas ya cuidado, que
tu fortuna corre de mi cuenta y te pro-
porcionaró una que te sea agradable. Yo
le estimo, y en prueba de ello quiero que
seas mi confidente.
Al oir estas palabras me eché á los pies
de Su Ilustrísima, penetrado de recono-
cimiento. Abracé gustosamente sus tborci-
das piernas, y creíme ya hombre que es-
baca en camino de llegar á ser rico.
—$i1, hijo mio—prosiguió el arzobispo,
cuyo discurso había interrumpido mi ac-
ción, —quiero hacerte depositario de 1uis
más ocultos pensamientos: escucha aten-
tamente lo que voy á decirte. Tengo gusto
en predicar, y el Señor bendice mis ho-
milías, porque mueven á los pecadores, les
hacen volver en sí y recurrir á la peniten-
cia. Tengo la satisfacción: de ver 4 un ava-
ro, atemorizado con las imágenes que pre-
sento 4 su codicia, abrir sus tesoros y dis-
tribuirlos con mano pródiga; 4 un lascivo
huir de sus torpezas; áú los ambiciosos
retirarse á las ermitas, y hacer constante
y firme en sus obligaciones á una esposa
4 quien hacía titubear un amante sedue-
tor. Estas conversiones, que son frecuen-
tes, deberían por sí solas excitarme al
trabajo; pero te confieso mi flaqueza, to-
davía me mueve otro premio, premio de
quo la delicadeza de mi virtud me repren-
de inútilmente; éste es el aprecio que ha-
ce el público de las obras bien acabadas.
La gloria de pasar por orador consumado
tiene para mí muchos atractivos. Hoy pa-
san mis obras por enórgicas y sublimes;
pero no querría caer en las faltas de los
buenos escritores que escriben niuchos
años, y sÍ conservar toda mi reputación.
En este supuesto, mi amado Gil Blas, —
continuó el prelado,—exijo una cosa de
tu celo: cuando adviertas que mi pluma
envejece, cuando notes que mi estilo decl:-
na, no dejes de avisármelo. En este pun-
to no me fío de mí mismo, porque el amor
propio podría cegarme. ista observación
necesita de un entendimiento imparcial, y
asi elijo el tuyo, que contemplo á propó»
sito, y desde luego abrazaré tu dictamen.
|
]