A TER ACA A A RAR AA AA NA
!
Ñ
y
a
al
4
y
dh
ji
¿
4]
238 HISTORIA DE GIL BI
que no podía obtener de otro modo; pero
la señora, rechazándole con valor, le dijo
irritada :
—Detente, temerario, voy á refrenar tu
loco amor; sabe que eres hijo mío.
Atónito don Valerio de oir semejantes
palabras, suspendió su atrevimiento; pero
discurriendo que Inesilla decía aquello pa-
ra librarse de su solicitud, le respondió ;
—Vos inventáis esa fábula para huir do
mis deseos,
—No, no—interrumpió ella,—te revelo
un secreto que siempre te hubiera oculta-
do, si no me hubieras reducido á la ne-
cosidad de declarártelo, Veintisdis años ha-
ce que amaba ¿4 don Pedro de Luna, tu
padre, que era jentonces gobernador de
Segovia; tú fuiste el fruto de nuestros
amores, te reconoció, te hizo criar con cui-
dado, y además de que no tenía ptro hijo,
tus buenas prendas le estinaularon 4 de-
jarte caudal. Yo, por mi parte, no te he
desamparado: luego que te vi ya metido
en el trato del mundo, he procurado atraer-
te á mi casa para inspirarte aquellos mo-
dales corteses que son tan necesarios en
una persona fina y que sólo las mujeres
pueden enseñar á los caballeros mozos ; y
aun he hecho más, he empleado todo mi
valimiento para colocarte en casa del pri-
mer ministro: en fin, me he interesado
por ti como debía hacerlo por un hijo. Sa-
bido esto, mira lo que determinas: si pue-
des purificar tus sentimientos y mirarmo
sólo como /á una madre, no te echaré do
mi presencia y te amaró tan tiernamente
como hasta aquí; pero si no eres capaz de
hacer este esfuerzo que la razón y la na-
turaleza exigen de ti, huye al momento y
líbramo del horror de verte,
Mientras Inesilla hablaba de esta suer-
te, guardaba don Valerio un triste silen-
cio: nadio hubiera dicho sino que llamaba
en su auxilio á la virtud para vencerso á
sí mismo; pero esto era en lo que menos
pensaba, Meditaba otro designio y prepa-
rara á su madro un espectáculo muy di-
verso, porque viendo que era insuperable
el obstáculo que se oponía á su felicidad,
ño rindió cobardemente á la desesperación,
y sacando la espada se atravesó con ella.
Se castigó como otro Edipo, con la dife-
rencia de que al tebano le cogió el dolor
de haber consumado el crimen, y el cas-
tellano, al contrario, se atravesó de senti-
miento de no haberle podido cometer,
El desgraciado don Valerio no murió al
¿AS DE SANTILLANA
instante ; tuvo tiempo de arrepentirse y pe
dir al Cielo perdón de haberse quitado
la vida á sí mismo. Como por su muerte
quedó vacante el empleo de secretario en
asa del Duque de Lerma, este ministro,
que no había echado en olvido la relación
que escribí del incendio, ni el elogio que
de mi se le había hecho, me eligió para
sustituir á este joven.
PRESENTAN Á GIL BLAS AL DUQUE DE LER=
MA, QUIEN LE ADMITE POR UNO DE SUS
SECRETARIOS. ESTE MINISTRO LE SEÑA-
LA EL TRABAJO QUE HA DE HACER, Y
QUEDA GUSTOSO DÍ ÉL.
Monteser me participó esta agradable
noticia, diciéndome;
—Amigo Gil Blas, siento que os sepa-
róis de mf; pero como os estimo, no pues
do menos de alegrarme que sedis sucesor
de don Valerio. Harcis fortuna si seguís
dos consejos que voy á daros: el primero
es que os mostréis tan adicto á S. B., que
no dude que le profesáis el mayor afecto,
y el segundo, que hagáis la corte á don
Rodrigo Calderón, porqúe este hombre ma-
neja el ánimo de su amo como una blan-
da cera. Si tenéis la dicha de agradar ú
este secretario fayorito, me atrevo 4 ase-
guraros con certidumbre que subiréis mu-
cho en poco tiempo.
Di las gracias 4 don Diego por sus sa-
ludables consejos, y le dije:
—Hágame usted el favor de explicarmo
el carácter de don Rodrigo, porque he oí-
do decir que es sujeto nada bueno; pero,
aunque alguna vez el pueblo acierta en
sus juicios, no me fío de las pinturas que
suele hacer de las personas que están en
el candelero. Sírvase usted, pues, decir.
me lo que piensa del señor Calderón.
—Asunto es delicado — me respondió
el apoderado con sonrisa maligna: — á
cualquier otro le diría sin detenerme que
es un hidalgo honrado, de quien no so
podría decir sino bien ; pero con vos quie-
ro ser franco, porque además de que co-
nozco vuestra prudencia, me parece que
debo hablaros claramente de don Rodri-
go, pues os he avisado que debíais guar.
darle miramientos: de otro modo no ha»
ría más que serviros 4 medias. Ya sabéis,
pues—prosiguió,—que era un simple cria