Full text: Historia de Gil Blas de Santillana

HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILFANA 243 
Ycgrar esta empresa. Con esta estratage- 
ma, contraponiendo mi hijo 4 mi sobri- 
no, suscibaró entre estos primos una com- 
«petencia que les obligará á ambos á buscar 
“mi apoyo, y esta necesidad que tendrán 
de mí hará que me estén uno y otro 8u- 
Mmisog: ve aquí cuál es mi proyecto—aña- 
ió, —y tu mediación no me será inútil 
en ól, Te enviaré 4 hablar secretamente 
al Conde de Lemos, y me contarás de su 
parte lo que tenga que participarme. 
Después de esta confianza, que yo mi- 
raba como dinero contante, cesó mi in- 
Quiebud. 
—En fin—decía yo,—heme aquí colo- 
cado en una situación que me promete 
montes de oro; porque es imposible que 
el confidente de un hombre que gobierna 
la monarquía española no se halle bien 
presto colmado de riquezas. 
Poseido de tan grata esperanza, veía 
con indiferencia apurarso mi bolsillo, 
V 
EN EL QUE SE VERÁ GIL BLAS LLENO DE 
GOZO, DE HONRA Y DE MISERIA 
Bien presto se echó de ver el favor que 
yo merecía al ministro, y ól mismo lo 
daba ú entender públicamente, entregán- 
dome la bolsa de los papeles que acostum- 
braba antes llevar S. E. mismo cuando iba á 
despachar. Esta novedad, que dió motivo 
para que me tuviesen en el concepto do 
un valido, excitó la envidia de muchos y 
«me atrajo bastantes cumplimientos de cor- 
te. Los dos oficiales, mis inmediatos, no 
fueron los últimos á felicitarme sobre mi 
próxima elevación, y me convidaron 4 ce- 
' nar en casa de su viuda, no tanto por co- 
rrespondencia, cuanto con la mira de te- 
nerme obligado 4 su favor para en adelan- 
bo. Me veía obsequiado por todas partes, 
y hasta el orgulloso Calderón mudó de mo- 
dales conmigo. Ya me llamaba «señor de 
Santillana,» cuando hasta entonces me ha- 
bia tratado siempre de «vos,» sin haber 
empleado jamás el tratamiénto de «usted ;» 
se me mostraba muy propicio, especial- 
mente cuando pensaba que nuestro fayo- 
recedor podía notarlo, pero aseguro que 
no trataba con ningún tonto. Yo corres- 
Ppondía á sus atenciones con tanta más ur- 
idad cuanto más lo aborrecía. No se 
as portado mejor un cortesano con- 
umado, 
También acompañaba al Duque mi se- 
for cuando iba ú palacio, que por lo re- 
gular era tres veces al día; por la maña- 
na entraba en el cuarto de S. M. cuando 
ya estaba despierto; se ponía de rodillas 
junto 4 la cabecera de su cama; hablábala 
de lo que había S. M. de hacer en el 
día, y le dictaba las cosas que habia de 
decir, con lo que se retiraba. Después de 
comer, volvía, no para hablarle de nego- 
cios, sino de cosas alegres: le divertía 
contándole todos los lances graciosos que 
ocurrían en Madrid, los cuales era siempra 
el primero que los sabfa, porque tenta per- 
sonas pagadas á este efecto; y, en fin, 
iba por la noche la tercera vez á ver al 
Rey, lo daba cuenta como le parecía de 
lo que había hecho en el día, y le pedía 
por ceremonia sus órdenes para el día si- 
guiente. Mientras estaba con S. M, yo 
me quedaba en la antecámara, en donda 
abla personas distinguidas dedicadas ú 
solicitar la protección de la corte, que an- 
helaban mi conversación y se vanagloria- 
ban de que yo me dignara concedérsela. 
En vista do esto, ¿cómo podría yo no 
creermo hombre de importancia? Muchos 
hay en la corte que con menos fundamen= 
to se tienen por tales. 
Un día tuve mayor motivo para enva- 
necermo. El Rey, á quien el Duque ha- 
bia hablado con grande elogio de mi es- 
tilo, tuvo la curiosidad de ver una mues- 
tra de él. S, E, me hizo tomar el regis. 
tro de Cataluña, llevóme á presencia del 
monarca y me mandó que leyese el pri- 
mer extracto que habia formado. Si la 
presencia del soberano me turbó al pron- 
to, la del ministro me animó inmediata» 
mente, y leí mi obra, que S. M. oyó con 
agrado, y tuvo la bondad do asegurar que 
estaba satisfecho de mí, y aun la de en- 
cargar 4 su ministro que cuidase de mis 
ascensos : todo lo cual en nada disminuyó 
el orgullo de que yo ya estaba poseido, y 
la conversación que tuve pocos días des- 
pués con el Conde le Lemos acabó de lle- 
narme la cabeza de ideas ambiciosas, 
Fuí un día á buscar á este señor de 
parte de su tío al cuarto del Principe, y 
lo presenté una carta credencial en la que 
el Duque le aseguraba que podía hablar- 
me con confianza, como que estaba en- 
terado del asunto que tenían entre manos 
y escogido para mensajero de ambos. El 
Conde, así que leyó la esquela, me con- 
duio 4 un cuarto, donde nos encerranios 
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