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254 HISTORIA DR GIL BLAS DE SANTILLANA
—Si—lo dije, —amigo mio, yo soy el
dueño de esta casa. Tengo coche, buena
mesa, y, sobre todo, gran caudal.
—¡Es posible—exclamó con viveza, —
que te encuentre nadando en la opulen-
cia! ¡ Cuánto me alegro de haberte coloca-
do con el conde Galiano! Bien te decía
yo que aquel señor era generoso y que no
bardaría en acomodarte, Sin duda—añadió,
r—que seguiste el sabio consejo que te dí
de aflojar algo la rienda al repostero; sea
enhorabuena: con «54 prudente conducta
engordan tanto los mayordomos de las ca-
sas grandes.
Dejó 4 Fabricio aplaudirse cuanto quiso
de haberme llevado á caga del conde Galia-
no, y después, para moderar la alegría
que manifestaba de haberme agenckado
tan buen puesto, le dije sin omitir circuns-
tancia las señales de agradecimiento con
que este señor habia pagado lo que le ha-
bía servido; pora, percibiendo que mi poe-
ta, mientras yo le refería estos pormeno-
res, cantaba interiormente la palinodia, le
dije:
—Yo perdono al siciliano su ingratitud.
Hablando aquí entre los dos, más motbi-
eo tengo de darme el parabién que de la-
amentarme. Si el Conde no se hubiera por-
khado mal conmigo, le habría seguido á Si-
cilia, en donde todavía le estaría sirvien-
do esperanzado de un acomodo incierto.
En una palabra, no sería confidente del
Duquo de Lerma.
Esbas últimas palabras dejaron tan ató-
nito 4 Núñez, que por el pronto no pudo
desplegar los labios: pero luego, rompien-
do de golpe el silencio, me dijo:
— (¿Es verdad lo que oigo? ¡Que lográis
la confianza del primer ministro |
—La divido—le respondí, —con don Ro-
drigo Calderón, y según las apariencias,
llegaró más lejos.
—in verdad, señor de Santillana—re-
plicó,—que me causáis admiración. Sois
capaz de desempeñar toda clase de em-
pleos. ¡Qué talentos se unen en vos! O
más bien, para servirme de una expresión
á nuestro modo, poseéis un talento uni-
versal; es decir, que para todo sois ade-
cuado. Finalmente, señor—prosiguió,——me
alegro mucho de la prosperidad de V. 8,
—¡Oh, qué diablos |-—interrumpí yo, —
señor Núñez, nada de señor ni señoría.
Dejaos de estos tratamientos, y vivamos
siempre con familiaridad.
— Tienes razón — repitió ;—aunque te
hayas enriquecido, no deba mirarte con
otros ojos que con los que te he mirada
siempre. Pero—añadió, — te confeso ri
flaqueza; al oir tu fortuna me ofusqué y
gracias á Dios, pasado mi alucinamiento,
no veo en ti más que á mi amigo Gil
Blas.
Nuestra conversación fué interrumpidr
por cuabro ó cinco covachuelistas que ¡lo»
garon,
—-Señores—les dije mostrándoles 4 Nú.
ñez—ustedes cenarán con el señor don
Fabricio, que hace versos dignos del rey,
Numa y que escribe en prosa como nadie
3scribe.
Por desgracia yo hablaba con gentes
que hacian tan poco caso de la poesia, que
dejaron cortado al poeta: apenas se dig-
naron mirarle; por más que dijo cosas
muy agudas para atraerse su atención, no
le escucharon; lo que le picó tanto, que,
tomando una licencia poética, se escurrió
sutilmente de entre todos y desapareció.
Nuestros covachuelistas no advirtieron su
retirada, y se sentaron á la mesa sin pre-
guntar siquiera qué se había hecho.
Al siguiente día por la mañana, cuando
yo me acababa de vestir y me disponía ú
salir de casa, el poeta de las Asturias en-
tró en mi gabinete.
—Perdóname, amigo mio—me dijo,—
si ho ofendido á tus covachuelistas ; pero,
hablando con franqueza, me encontré tan
desairado entre ellos, que no pude resis»
tir. Son para mí muy fastidiosos unos
hombres tam presumidos y almidonados.
No alcanzo, cómo tú, que tienes un enten-
dimiento tan delicado, puedes acomodarte
á convidados tan necios. Yo quiero desde
hoy traerte otros más listos.
—Tendró—le dije, —mucha sabisfacción
en eso, y para ello me fío de tu gusto.
—Con razón — me respondió ;—yo te
prometo talentos superiores y de los más
entrotenidos., Voy de aquí á una casa de
vinog generosos «adonde van á reunirse
dentro de poco; los apalabraré para que
no se comprometan con otro, porque son
tan festivos que en todas partes los ape-
tecen.
Dicho esto, me dejó y por la noche, 4
la hora de cenar, volvió acompañado da
sólo seis autores, que me presentó uno
tras otro, haciéndome su elogio. Si se le
hubiera de creer, aquellos grandes ingenios
sobrepujaban á los de Grecia y de Italia,
y sus obras—decía 6l—merecían imprimir=