Full text: Historia de Gil Blas de Santillana

266 HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 
decirlo ast, el aprecio con que los distinguía 
por los diversos cumplimientos que em- 
pleaba. Por otra parte, vi 4 algunos de 
aquellos sujetos que, ofendidos del poco 
caso que de ellos hacia, maldecían en su 
corazón la necesidad que les obligaba á 
humillarso en su presencia. Otros vi que, 
por el contrario, se relan entre sí mismos 
de su aire fantástico y presumido. Por 
más que hacia estas observaciones, no me 
hallaba en estado de aprovecharme de 
ellas, pues me portaba en iguales térmi- 
nos en mi casa, y ningún cuidado me daba 
el que se aprobasen ó vituperasen mis mo- 
dales orgullosos, con tal que me los respe- 
basen. 
Habiéndome atisbado casualmente don 
lodrigo, dejó precipitadamente 4 un hi- 
dalgo que lo hablaba, y vino á abrazarme 
con demostraciones de amistad que me 
sorprendieron. 
—;¡ Ah, amado compañero mio l—excla- 
mó, —¿qué asunto es el que proporciona 
el gusto de ver á usted aqui? ¿En qué 
puedo servir á usted? 
Dijelo 4 lo que iba, y en seguida me ase- 
guró en los términos más políticos que el 
día siguiente á la misma hora se expidiría 
el despacho que yo solicitaba. Su atención 
no paró aquí, pues me acompañó hasta la 
puerta de la antesala, lo que jamás hacía 
sino con los grandes señores, y alli me vol- 
vió á4 abrazar. 
—¿Qué significan estos obsequios ?—de- 
cía yo en el camino ;—¿qué me anuncian ? 
¿Si meditará este hombre mi ruina, ó pre- 
viendo que declina su favor, querrá gran- 
jear mi amistad y tenerme de su parte 
con la mira de que interceda por él con el 
amo? 
No sabía á cuál de estas conjeturas ate- 
nerme. Cuando volvi al día siguiente, me 
trató del mismo modo, llenándome de cari- 
cias y cumplimientos. Es verdad que las 
desquitó en el recibimiento que hizo á otras 
personas que se presentaron á hablarle, 
porque á unas trató groseramente, á otras 
habló con frialdad y á casi todas descon- 
tentó ; pero quedaron suficientemente ven- 
gadas con un lance que ocurrió, y que no 
debo pasar en silencio, el cual servirá de 
lección 4 los covachuelistas y secretarios 
que lo lean. 
Habiéndose llegado á Calderón un hom- 
bro vestido llanamente, y que no aparenta- 
ba lo que era, le habló de cierto memorial 
gue decia haber presentado al Duque de 
Lermu. Dow Rodrigo nc sólo no miró al 
caballero, sino que le preguntó áspera- 
mente: : 
—¿Cómo se llama usted, amigo? 
—En mi niñez me llamaban Frasquito 
— le respondió con serenidad el tal; — 
después me han llamado don Francisco de 
Zúñiga, y hoy me llamo el conde de Pe- 
droga. 
Sorprendido de esto Calderón, y viendo 
que trataba con un hombre de la primera 
distinción, quiso disculparse y dijo: 
Señor, perdone V. E. si no conocién- 
dole... 
Yo no necesito de tus excusas—intes 
rrumpió con altivez Frasquito;—las des- 
precio tanto como tus modales groseros. 
Sabo que el secretario de un ministro debe 
recibir cortésmente á toda clase de perso- 
nas. Só, si quieres, tan fantástico, que te 
mires como susbstituto de tu amo; pero 
no te olvides de que no eres más que un 
criado suyo. 
Este pasaje mortificó infinito al soberbio 
don Rodrigo, quien, no obstante, nada se 
enmendó. Por lo que hace á mi, saqué fru- 
to del caso. Resolví mirar con quién bha- 
blaba en mis audiencias y no ser insolente 
sino con los mudos. Como el despacho do 
don Alfonso estaba ya expedido, lo reco- 
gil y se lo envió por un correo extraordi- 
nario á este sefior con carta del Duque da 
Lerma, en la que S. E. le avisaba que el 
Rey le había nombrado para el gobierno 
do Valencia. No le di parte de la que tenía 
en este nombramiento, ni aun quiso es- 
cribirle, porque tenía gusto de decírselo 
de boca y de causarle esta agradable sor- 
presa cuando viniese á la Corte á prestan 
el juramento. 
TIT 
DE LOS PREPARATIVOS QUE SE HICIERON 
PARA EL CASAMIENTO DE GIL BLAS Y DEL 
GRANDE ACONTECIMIENTO QUE LOS INUTI- 
LIZÓ. 
Volvamos 4 mi bella Gabriela, con quien 
dentro de ocho dias había de celebrar mi 
matrimonio. Por ambas partes se hacian 
preparativos para esta ceremonia. Salero 
compró ricos trajes para la novia, y yo le 
busqué una doncella, un lacayo y un €s- 
cudero anciano, todo lo cual eligió Esci- 
pión, que esperaba todavía con más impas
	        
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