Full text: Historia de Gil Blas de Santillana

270 HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 
mentos dieron fin con la noche, y los 
primeros rayos del sol que alumbraron mi 
estancia calmaron un poco mis inquiebu- 
des. Mo levanté á abrir la ventana para 
que entrase el aire en el cuarto; miré 
el campo, cuya vista me trajo á la me- 
moria la bella descripción que el señor al- 
caide me habla hecho de él; pero no .vi 
objetos con que acreditar la verdad de lo 
que me había dicho. El Eresma, que yo 
creía á lo menos igual al Tajo, me pareció 
sólo un arroyo. La ortiga y el cardo eran 
el único adorno de sus «riberas floridas», 
y el supuesto «valle delicioso» no ofreció 
á mi vista sino tierras la mayor parte in- 
cultas. Al parecer, todavía no gozaba yo 
de aquella dulce melancolía que debía re- 
presentarme las cosas de otro modo de 
como las vela entonces, 
Estaba á medio vestir cuando llegó Tor- 
desillas acompañado de una criada ancia- 
ha que me traía camisas y toallas. 
—Señor Gil Blas—me dijo, —aquí tie- 
ne usted ropa blanca; use usted de ella 
sin reparo, que yo cuidaré de que Ta ten- 
ga siempre de sobra. Y bien—añadió,-— 
¿cómo ha pasado usted la noche? :ha 
aplacado el sueño sus penas por algunos 
instantes ? 
—Puede ser—respondí—que durmiera 
todavía si no mo hubiera despertado ur:a 
yoz acompañada de una guitarra. 
—El caballero que ha turbado su re- 
poso — respondió — es un reo de Estado 
que está en un cuarto inmediato al de us- 
ted. Es un caballero de la Orden de Cala. 
brava y de muy buena presencia, que ge 
llama don Gastón de Cogollos. Si ustedes 
quieren, pueden tratarse y comer juntos, 
y así en sus conversaciones se consolarán. 
mutuamente, y para ambos será esto de 
mucha satisfacción. 
Manifestó $ don Andrés que agradecia 
infinito la licencia que me daba de unir 
mi dolor con el de este caballero ; y como 
diese á entender mi vivo deseo de conocer 
4 aquel compañero en mi desgracia, nues. 
bro cortés alcaide desde aquel mismo día 
me proporcionó este gusto. Comi con don 
Gastón, cuyo bello aspecto y gentileza me 
cautivaron. ¿Cuál sería su hermosura 
cuando deslumbró mis ojos acostumbra- 
dos 4 ver la juventud más bella de la 
Corte? Imagínese un hombre que parecía 
una miniatura, uno de aquellos héroes de 
novela, que para desvelar á las princesas 
no necesitaba más que presentarse: añá- 
dase á esto que la Naturaleza, que co- 
múnmente distribuye con desigualdad sus 
dones, había dotado á Cogollos de mucho 
valor y entendimiento, y se formará un» 
ligera idea de las perfecciones que le ador- 
naban, 
Si él me hechizó por mi parte tuve la 
fortuna de no desagradarle, Aunque le ro- 
gué que no dejase de cantar por mi de 
noche, nunca volvió 4 hacerlo temiendo 
incomodarmo, Dos personas á quienes afli- 
ge una mala suerte se unen con facilidad. 
A nuestro conocimiento se siguió bien 
presto una tierna amistad, la cual se eg- 
trechó cada día más. La libertad que te- 
níamos de hablar cuando queríamos, nog 
sirvió muchísimo, pues en nuestras con- 
versaciones nos ayudábamos mutuamente 
a llevar con paciencia nuestra desgracia. 
Una siesta entró en su cuarto á tiempo 
que se preparaba á tocar la guitarra. Para 
olrle más cómodamente me sentó en un 
banquillo, que era la única silla que tenía, 
y él sobre su cama: tocó una sonata tier- 
na, y cantó después unas coplas que ex- 
plicaban la desesperación á que reducta 
á un amante la crueldad de gu dama. Así 
que acabó, le dije sonriéndome : 
Caballero, nunca necesitará usted em- 
plear tales.versos en sus galanteos, porque 
su persona no hallará mujeres esquivas. 
—Usted me favorece—me respondió : 
—log versos que usted acaba de otfr log 
compuse para ablandar un corazón que yo 
creía de diamante, para enternecer á una 
dama que me trataba con rigor extrema- 
do. Es preciso que cuente 4 usted esta 
historia, y al mismo tiempo sabrá usted 
la de mig desgracias. 
VI 
HISTORIA DE DON GASTÓN DE COGOLLOS Y 
DE DOÑA ELENA DE GALISTEO 
«Presto hará cuatro años que salí do 
»Madrid para Coria 4 ver á mi tía doña 
»Leonor de Lajarilla, una do las más ricas 
»viudas de Castilla la Vieja y de quien soy 
»único heredero. Apenas llegué á su casa 
»cuando el amor vino á turbar mi sosie- 
»go. Mo puso en un cuarto cuyas venta- 
»nas daban enfrente de las celosías de 
»una señora, á quien fácilmente podía ver, 
»pues eran muy claras y la calle angos- 
»ta. No desprecié esta proporción, y me
	        
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