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»para libraros de un hombre que no puede
dejar de adorar á doña Elena sino ce-
»sando de vivir.
»—En vano—me respondió don Blas, —
»procura usted interesar mi honor para que
»lo dé la muerte. Bastante castigado queda,
»usted de su temeridad; y yo agradezco
»tanto á mi esposa sus sentimientos virtuo-
»sos, que le perdono la ocasión en que los
»ha manifestado. Creedme, Cogollos—aña-
»dió:-—no os desesperdis como un débil
»amante ; someteos con valor 4 la necesi-
dad.
»El prudente gallego con estas y otras
»semejantes expresiones calmó poco á poco
»mi arrebato y despertó mi virtud. Me re-
»tiró con ánimo de alejarme de Elena y
»de los lugares que habitaba, y dos días
»después me volví á Madrid, en donde,
»no queriendo ya ocuparme sino en el cui-
dado de mi forbuna, comencé á presentar-
»me en la Corte y á ganar en ella amigos ;
»pero he tenido la desgracia de contraer
»una estrecha amistad con el marqués de
»Villareal, gran señor portugués, el cual,
»por haberse sospechado de ¿l que pensa-
»ba en liberbar 4 Portugal del dominio do
»los españoles, está hoy en el castillo de
»Alicante. Como el Duque de Lerma ha sa-
»bido que yo era intimo amigo de este se-
»ñor, me ha hecho también prender y con-
aducir aquí. Esto ministro cree que pue-
»do ser cómplice en el tal proyecto: ultra-
»jo que es más sensible para un hombre
»noble y castellano.»
Aqui cesó de hablar don Gastón, y yo
lo consoléó diciendo :
—Caballero, el honor de usted no pue-
de recibir lesión alguna en esta desgracia,
la cual en adelante, sin duda, será usted
de provecho. Cuando el Duque de Lerma
se entere de su inocencia, no dejará de
darlo un empleo importante para restable-
cer la buena opinión de un caballero acu-
sala injustamente de traición.
VII
ESCIPIÓN VA Á LA TORRE DE SEGOVIA Á VER
Á GI. BLAS, Y LE DA MUCHAS NOTICIAS,
Tordesillas, que entró en la sala, inte-
rrumpió la conversación, diciéndome :
* —Señor Gil Blas, acabo de hablar con
un mozo que se ha presentado á la puerta:
de esta prisión y preguntando si estaba"
a
HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA
usted preso; y no habiéndolo querido das
respuesta, me dijo llorando. «Noble al-
»caide, no desprecie usted mi humilde sú-
»plica; dígame si el señor Santillana está
»aquí. Soy su principal criado, y si me
»permite verle, hará en ello una obra de
»caridad. En Segovia está usted tenido por
»un hidalgo compasivo, y así esperu que
»no me niegue el favor de hatlar un ins-
»tante con mi querido amo, que es más
»infeliz que culpable » En fin—continuó
don Andrés, —este mozo me ha mánifes-
tado tanto deseo de ver á usted, que le
he prometido darle á la nocho este gusto.
Aseguró ¿4 Tordesillas que el mayor pla-
cer que podía darme era traerme aquel ¡o-
ven, quien probablemente tendría que de-
cirme cosas muy importantes. Esperé ccn
impaciencia el momento de ver á mi fiel
Escipión, porque no dudaba que fuese él,
y á la verdad no me engañaba. A la caida
del día se le dió entrada en la torro, y su
gozo, que solamente podía igualarse con el
mío, se mostró al verme, con arrebatos
extraordinarios. Yo, con el júbilo que sen-
ti al verle, le abracé, y él hizo lo mismo
con todo cariño. Fué tal la satisfacción que
tuvieron de verse el amo y el secretario,
que se confundieron en uno con este abras
ZO. ó
En seguida de esto pregunté 4 Escipión
en qué estado había dejado mi casa.
—Ya no tiene usted casa—me respon»
dió ;—y para ahorrarle el trabajo de hacer
preguntas sobre preguntas, voy 4 decir en
dos palabras lo que ha pasado en ella.
Vuestros muebles han sido saqueados, asi
por log ministros como por los criados de
usted, los cuales, mirándole ya como hom-
bre enteramente perdido, han tomado 4
cuenta de sus salarios cuanto han podido
llevar. La fortuna fué que tuve la habilidad
de salvar de sus garras dos grandes tale-
gos de doblones de á ocko que saqué del
cofre y puse en salvo. Salero, á quien
he hecho depositario de ellos, os los de-
volverá cuando salgáis de la torre, en don-
de no ereo que estdis mucho tiempo á ex-
pensas de S. M. pues habéis sido preso sin
conocimiento del Duque de Lerma.
Preguntó á¿ Escipión de dónde sabía que
5. E. no tenía parte en mi desgracia.
—¡Ah! ciertamente — me respondió, —
de ello estoy muy bien informado, pues
un amigo mio, confidente dei Duque de
Uceda, me ha contado todas las particula-
ridadeg de vuestra prisión. Me ha dicho
y
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