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HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 279
que, habiendo descubierto Calderón por
medio de un criado que la señora Sirena,
usando de otro nombre, recibía de noche
al Principe de España, y que el Conde
de Lemos manejaba esta trama valiéndo-
se del señor do Santillana, había resuelto
vengarse de ellos y de su querida, para
cuyo logro, dirigiéndose secretamente al
Duque de Uceda, se lo descubrió todo, y
quo alegro éste de que se lo hubiese pre-
sentado tan bella ocasión de perder á su
enemigo, no dejó de aprovecharla, infor-
mando al Rey de lo que había sabido, y
haciéndole presente con eficacia los peli-
gros 4 que el Principo se había expuesto.
indignado S. M. de esta noticia, mandó
poner en la casa de Recogidas á Sirena,
desterró al Conde de Lemos y condenó á
Gil Blas 4 prisión perpetua. Vea usted
aqui—-prosiguió Escipión,—lo que me ha
dicho mi amigo. Ya ve usted que su des-
gracia es obra del Duque de Uceda, ó más
bien, de don Rodrigo Calderón.
_ Esta rolación me hizo creer que con el
tiempo podrían componerse mis asuntos, y
que el Duque do Lerma, resentido del des-
tierro de su sobrino, todo lo pondría en
movimiento para haco: lo volyer 4 la Corte,
y me lisonjeaba de que $. E. no me ol-
vidaría. ¡Qué gran cosa es la esperanza |
Do un golpe me consolé de la pérdida de
mis efectos, y me puso tan alegre como
si tuviera motivo para estarlo. Lejos de
mirar mi prisión como una habitación des-
dichada, en donde quizá habla de acabar
mis días, me pareció un medio de que se
valía la fortuna para elevarme á algún gran
puesto. Mi fantasía discurría del modo si-
guiento: los allegados del primer ministro
son don Fernando de orja, el padre Je-
rónimo de Florencia y sobre todo fray Luis
do Aliaga, quien le debe el lugar que ocu-
pa al lado del Rey. Con el favor de estos
poderosos amigos, 5. E. destruirá sus ene-
migos, 6, por otra parle, el Estado acaso
mudará presto de semblante. $. M. está
muy achacoso, y así que muera, la primera
cosa que hará el Principe, su hijo, será lla-
mar al Condo de Lemos, quien me sacará
inmediatamente de aquí, me presentará
al Monarca, el que, para compensar log
trabajos quo he padecido, mo colmará de
beneficios. Embelesado así con pensar en
los gustos venideros, casi ya no sentía los
males presentes. Oreo también que los dos
talegos de doblones que mi secretario ha-
bía depositado en casa del platero contrihu-
yeron tanto como la esperanza para conso-
larme prontamente.
El celo 6 integridad de Escipión me ha-
bían agradado mucho, y en prueba de ello
le ofrecí la mitad del dinero que habla sal-
vado del pillaje, lo que rehusó.
—Espero de usted—me dijo,—otra se-
ñal de reconocimiento.
Admirado tanto de sus palabras como de
que rehusara la oferta, le pregunté qué
podía hacer por él,
—No nos separaremos—me respondió ;
—permita usted que una mi fortuna con
la suya: jamás he tenido á ningún amo
el amor que tengo á usted.
—Y yo, hijo mio—lo dije, —puedo ase-
gurarte que no amas á ningún ingrato
Desde el punto en que te presentaste par
servirmo, gusté de ti; posible es que
bos hayamos nacido bajo los signos de Li-
bra y Géminis, que, según dicen, son las
dos constelaciones que unen á los hombres.
Admito gustoso la compañía que me pro-
pones; y para dar principio á ella, vo) Á
pedir al señor alcaido que te encierre con-
migo en esta torre.
—Eso es lo que quiero—exclamó : —Us-
tod me ha adivinado el pensamiento, é ¡ba
á4 suplicarle que pretendiese esa gracia,
pues aprecio más vuestra compañla que
la libertad. Solamente saldré algunas ve-
ces para ir á Madrid á adquirir noticias 4
la covachuela, y ver si ha habido en la
Corte alguna mudanza que pueda serle ú
usted favorable; de modo que en mi ten-
drá usted á un mismo tiempo á un cCon-
fidente, un correo y un espía.
Estas ventajas eran demasiado conside-
rables para privarme de ellas. Retuve,
pues, conmigo ú un hombre tan útil con li-
cencia del generoso alcaide, que no me
quiso negar tan dulce consuelo
vIil
DEL PRIMER VIAJE QUE HIZO ESCIPIÓN Á
MADRID ; CUÁL FUÉ EL MOTIVO Y BXITO DE
£L—DALE Á GIL BLAS UNA ENFERMEDAD,
Y RESULTAS QUE TUVO.
Aunque comúnmente decimos que no
tenemos mayores enemigos que nuestros
criados, no hay duda en que, cuando nos
son fieles y afectos, son nuestros mejores
amigos. La inclinación que Escipión me
había manifestado me hacía mirarle como
á mi misma persona. Así ya no hubo su-