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286 HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA
de donde salí sin detenerme á visitar al
generoso alcaide Tordesillas; pasé por
'Portillo, y llegué al día siguiente 4 Va-
Madolid. Al (descubrir esta ciudad no pude
menos de dar un profundo suspiro, que
habiéndolo oído mi compañero, me pre-
guntó la causa.
—Hijo mio—le dije,—es la de que ejer-
cí mucho tiempo en Valladolid la medi-
cina, y sobre este punto me están ator-
mentando los remondimientos secretos de
mi conciencia, pues me parece que todos
aquellos que maté salen de sus sepulcros
para venir á despedazarme.
—| Qué imaginación ! —dijo mi secreta.
rio:—sin duda, señor de Santillana, que
es usted un pobre hombre. ¿Por qué se
arrepiente usted de haber hecho su oficio ?
¿Por ventura los doctores ancianos sien-
ten los mismos remordimientos? No, se-
ñior, llevan la suya adelante con el ma-
yor sosiego del mundo, imputando á la
Naturaleza los accidentes funestos y atri-
buyéndose á ellos solamente los felices.
—En verdad—repuse, — que el doctor
Sangrado cuyo método seguía yo fielmen-
te, era de este carácter. Aunque viege mo-
rir cada día veinte enfermos entre sus
manos, vivía tan persuadido de la exce-
lencia de la sangría en el brazo y de la
bebida frecuente, ú las cuales llamaba sus
dos específicos para todo género de en-
fermedades, que si morían los pacientes
lo achacaba siempre á que habían bebido
poco y 4 que no los sangraba bastante.
—¡ Vive diez !—exclamó Escipión dan-
do una carcajada, — que me cita usted
un sujeto original.
—K1 tienes curiosidad de verle y oirle
—repuse yo, —mañana la podrás satisfa-
cer, como no haya muerto y esté en Va-
lladolid, lo que dudo mucho, porque ya
era viejo cuando le dejé y desde entonces
acá han pasado bastantes años.
Lo primero que hicimos así que llega-
mos al mesón adonde fuimos á apearnos,
fué preguntar por el tal doctor. Supimos
que aún no se había muerto; pero que
ni pudiendo ya visitar ni hacer mucho
movimiento á causa de su gran vejez, ha-
bía abandonado el campo ¿ otros tres Ú
cuatro doctores, que habían adquirido
gran fama por otro nuevo método de cu-
rar, que no valía más que el suyo, Resol-
vimos hacer parada el día siguiente, tan-
to para que descansasen las mulas como
por yer al doctor Sangrado. A cosa de las
diez de la mañana fuimos á su casa, y,
le hallamos sentado en una silla poltrona
con un libro en la mano. Levantóse lue-
go que nos vió, vino hacia nosotros con
paso firme para un setentón, y nos pre-
guntó que le queríamos.
-Pues qué, señor doctor—le respondí,
—¿es posible que ya no me conozca us-
ted, siendo así que tuve la fortuna de
haber sido uno de sus dicípulos? ¿No
se acuerda usted de un cierto Gil Blas
que en otro tiempo fué su comensal y su
sustituto ?
¿Cómo asi?—me replicó dándome un
abrazo :—¿eres tú, Santillana ? Cierto que
no te había conocido, y me alegro infinito
de volver 4 verte. ¿Qué has hecho des-
pués que nos separamos? Sin duda ha-
brás ejercido siempre la medicina.
Teníale—le respondí — mucha incli.
nación ; pero razones poderosas me apar
taron de ella,
—Peor para ti--replicó Sangrado ;--con
los principios que aprendiste de mi hubie-
ras llegado á ser médico hábil, con tal
que el Cielo te hubiera hecho la gracia de
preservarte del peligroso amor ú la quí-
mica. ¡Ah, hijo mío l—exclamó arrancan.
do un doloroso suspiro,—¡ qué novedades
se han introducido en la medicina de al.
gunos años'á esta parte! A este arbe se le
quita el honor y la dignidad: este arte,
que en todos tiempos ha respetado la vi.
da de los hombres, hoy se halla en poder
de la temeridad, de la presunción y dde la
impericia; porque los hechos hablan, y,
presto alzarán grito hasta las piedras
contra el desorden de los nuevos prácti-
cos: lapides clamabunt. Se ven en esta
ciudad algunos médicos, 6 que se llaman
tales, que se han uncido al carro el
triunfo del antimonio : currus triumphalis
antimonti: unos desertores de la escue-
la de Paracelso, adoradores del quermes
y curanderos de casualidad, que hacen
consistir toda la ciencia médica en saber
preparar algunas drogas químicas. ¿Qué
más te diré? En su método todo está des-
conocido: la sangría del pie, por ejem-
plo, en otros tiempos tan raras veces
practicada, hoy es la única que se usa.
Los purgantes, antiguamente suaves y
benignos, se han convertido en emético y
en quermes; ya todo no es más que un
caos en que cada uno se toma la libertad
de hacer lo que se le antoja, y traspasa log
límites del orden y de la sabiduría que
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