HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA
guerte ; aunque tengo ya el consentimien-
to de tu padre, no creas que quiera valer-
me de él para violentar tu gusto. Por
dulce que me sea tu posesión, yo la re-
nuncio si me dices que no la he de deber
sino solamente á tu obediencia.
—Eso es, señor—me respondió ella, —
lo que nunca os diré: vuestra solicitud
es para mí tan grata, que jamás podrá
causarme pena, y en vez de oponerme al
consentimiento de mi padre, apruebo su
elección. No só—prosiguió—si hago bien
ó mal en hablaros de este modo; pero si
no me hubierais agradado, sería bastan-
te franca para decíroslo, pues ¿por qué
no podré declararos lo contrario con la
misma libertad ?
Al oir estas palabras, que no pude es-
cuchar sin quedar enajenado, hinqué una
rodilla en tierra delante de Antonia, y en
el exceso de mi alegría, tomándole una
de sus hermosas manos, se la besé con
ademán tierno y apasionado.
—Mi amada Antonia — le dijo, — tu
franqueza me hechiza; continúa, no be
violentes por nada, pues hablas 4 tu es-
poso; lea yo en tus ojos lo que pasa en
tu corazón, para que pueda lisonjearme
de que no ver p complacencia estre-
charse tu suerte con la mí
A esta sazón entró Basilio, y no pude
proseguir. Deseoso éste de saber lo que
su hija me habla respondido, dispuesto á
reñirle si me hubiese manifestado la me-
nor aversión, volvió prontamente Á re-
unirse conmigo.
—Y bien—me dijo, —¿está V. S. con-
tento con la respuesta de Antonia ?
—Lo estoy tanto—le respondí, — que
desde este momento voy á ocuparme en
los preparativos «e mi casamiento.
Y dicho esto, dejó 4 padre é hija para
ir á celebrar consejo, sobre el asunto, con
mi secretario.
IX
CASAMIENTO DE GIL BLAS Y LA BELLA AN-
TONIA: APARATO CON QUE SE HIZO; QUÉ
PERSONAS ASISTIERON Á ÉL, Y FIESTAS
CON QUE SE CELEBRO.
r Aunque no necesitaba permiso de los
señores de Leiva para casarme, juzgamos
Escipión y yo que no podría excusgarme,
Sin faltar 4 la gratitud, de participarles
Gil Blas.—20
Las
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mi designio de unirme con la hija de Ba
silio, y aun de pedirles su consentimien-
to por política.
Marche al momento á Valencia, donde
todos se quedaron tan sorprendidos de
verme, como de saber el motivo de mi
viaje. Don César y don Alfonso, que co-
nocían á Antonia por haberla visto varias
veces, me dieron mil enhorabuenas de ha-
berla elegido por esposa. Sobre todo don
César me hizo un cumplimiento tan ex-
presivo, que 4 no estar yo persuadido «le
que aquel señor había dejado del todo
ciertos pasatiempos, sospecharía que más
de una vez había ido ¿4 Liria, no tanto
por ver su quinta, como á la hija de su
arrendador. Serafina, por su parte, des-
pués de haberme asegurado que siempre
tomaría mucho interós en mis satistac-
ciones, me dijo que había ofdo hacer mil
elogios de Antonia.
—_Pero — añadió con algo de malicia,
y cOmO para zaherirme sobre la indiferen-
cia con que había correspondido al amor
de Séfora, aunque no me hubieran pons
derado su hermosura, — jamás hubiera
dudado de tu buen gusto, porque sé lo
delicado que es.
No se contentaron don César y su hijo
con aprobar mi matrimonio, sino que qui-
stos de la boda corriesen
todos de su cuenta,
Vuelve—me dijeron-—4 tomar el ca-
mino de Liria, y vas de allí hasta
que oigas hablar de nosotros, ni hagas
preparativo alguno para la boda, que eso
es cuidado nuestro.
Por condescender con la voluntad de
4 mi quinta.
y lag inten-
sieron que los ;
no sal
aquellos señores, me volvÍ ¿
Comuniqué á Basilio y 4 su l
ciones de nuestros protectores, y esbuvl-
mos esperando con la 1 paciencia
que nos fué posible noti suyas, Nin-
guna tuvimos en el espa de och 3
pero al noveno vimos lle; un coche de
cuatro mulas, con cosbureras dentro, que
tralan hermosas telas de seda para vestir
4 la novia, escoltando el coche muchos
lacayos montados en mulas. Uno de ellos
me entregó una carta de parte de don
Alfonso, en que me decía este señor que
el día siguiente estaría en Liria con su
padre y su esposa, y que al otro celebra.
ría la ceremonia del matrimonio el provi-
sor de Valencia. Con efecto, al otro día
llegaron á mi quinta don César, su hijo,