A
agradar á nuestras esposas no fué inútil,
pues en poco tiempo inspiró yo á la mía
tanto amor como le profesaba, y Escipión
hizo olvidar á la suya los disgustos que le
había causado. Beatriz, que era de carác-
ter dócil y afable, se granjeó fácilmente el
cariño de su nueva ama y ganó su confian-
za. Ln fin, todos cuatro nos avinimos per-
Jectamente y comenzamos é gozar de una
suerte envidiable, pasando la vida en los
más dulces entretenimientos. Antonia era
bastante seria, pero Beatriz y yo éramos
muy alegres, y aun cuando no lo fueramos,
nos bastaría estar con Escipión para no co-
nocer la melancolía, porque era un hombre
sin igual para la sociedad, una de aquellas
personas festivas que sólo con presentarse
divierten á la concurrencia.
Un día que después de comer se nos an-
tojó ir 4 dormir la siesta al sitio inás apa-
cible del bosque, mi secretario estaba de
tan buen humor, que nos quitó á todos el
sueno con sus £Traciosas Ocurrencias.
Calla esa boca—lo dije, —amigo mío,
Ó si quieres que no durmamos, cuéntanos
alguna cosa que merezca nuestra aten-
Con mucho gusto, señor—me respon-
“¿Quiere usted que le cuente la histo-
ria del rey don Pelayo?
De mejor gana oiría la tuya—le re-
e
Ccuo :
] li jué ; ro este gusto nunca me lo has
qu lo desde que vivimos juntos, ni
espóro que jamás me lo des: ¿de qué pro-
viene esto ?
Si no he contado á usted la historia de
qe
r ] |
ha consistido en que jamás me ha
mani stado el menor deseo de saberla ;
por consiguiente, no tengo yo la culpa de
que usted 1g
10re mis aventuras, y por poca
curiosidad que tenga de oirlas, est y pron-
to á sabisfacórsela.
Antonia, Beatriz y yo le cogimos la pala-
y nos dispusimos á escuchar si rela-
, que no podía menos de causar en
nosotros un buen efecto, ya divirtiéndonos
ó ya excitándonos al sueño.
«Yo—comenzó á decir Escipión,— sería
»hijo de un grande de España de primera
»clase, Ó cuando menos de un caballero
»del hábito de Santiago ú de Alcántara, si
»osto hubiera estado en mi mano; pero
»como ninguno es dueño de escoger padre,
»han de saber ustedes que el mío, llama-
ado Toribio Escipión, fué un honrado cua-
»drillero de la Santa Hermandad. Como iba,
»y venia por los caminos r: es, por donde
HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA
»su profesión le obligaba 4 andar casi sierme
»pre, cierto día encontró casualmente en.
»bre Quenca y Toledo á una gitanilla, que
dle pareció muy linda. Caminaba sola 4
»pie, y llevaba consigo todo su ajuar en una;
»especie de mochila echada al hombro.
»—¿Adónde vas así, prenda mía—le
»dijo, suavizando cuanto pudo la voz, qua
»era naturalmente bronca.
»—Caballero respondió ella,—voy él
»Toledo, donde de un modo ó de otro es»
»pero ganar de comer, viviendo honrada-
»mente.
»—Tu intención es muy loa replicó
»él, —y no dudo que para eso tendrás va»
»rios arbitrios.
»—5Í, gracias ¿ Dios—respondió la glo
»tanilla, —tengo varias habilidades: sé han
»cer pomadas y quintas esencias muy Úbis
los para las damas ; digo la buenavenbura ;
»só dar vueltas al cedazo para hacer que se
»hallen las cosas perdidas, y muestro cuan.
»bo se quiere ver en una redoma ó en un,
»espejo.
»Parecióndole 4 Toribio que una joven
»como aquella era partido muy ventajosa
»para un hombre como él, quien su enl-
»pleo apenas le producía para mantenerse,
»sin embargo de saber desempeñarle con
»la mayor exactitud, le propuso £l qUe
»ría ser su esposa. Aceptó la niña la pro-
1
á
nh ambos inmediatamenie
y saron, y en mí
]
o de este noble
»matrimonio. Fijaron su residencia en un
»arrabal, en donde mi madre comenzó á
»vender poma
»viendo que
y quintas esencias ; pera
Ned
trato producía poco, co-
»menzó á hacer de adivina. Entonces fué
»cuando se vieron llover en su casa pesos
»duros y doblones. Mil mentecatos de
»ambos sexos pusieron bien pronto en au-
»ge la fama de Coscol na, que así se lla-
»maba la gitana. No pasaba día sin que vi.
»niese alguno á ocuparla en su ministerio :
»ya llegaba un sobrino pobre, que queria,
»saber cuándo su blo, de quien era único
»heredero, partiría para la obra vida; y
»ya llegaba una doncella que deseaba con
»ansia averiguar e un caballero mozo que
dle había dado palabra de casamiento, se
»la cumplirla.
»—Persuádome de que ustedes darán por
»supuesto que los vaticinios de mi ma-
»dre siempre eran favorables á las perso-
»nas 4 quienes los hacía: si se cumplian,
»enhorabuena; pero si alguna vez venian
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