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HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 33
aunque me vela en aquellos pobres tra-
pos, tenía con qué pagar el gasto. Al oír
estas palabras el mesonero, que se llama-
ba Majuelo, y era naturalmente grandÍsi-
mo bufón, mirándome y examinándome
atentamente de pies 4 cabeza, me dijo
con cierto aire malicioso y chufletero, que
no necesitaba de mi aseveración para co-
nocer que sin duda haría yo en su casa
mucho gasto, porque entre los remiendos
de aquellos malos trapos se divisaba en
mi persona un no sé qué de nobleza, que
le obligaba á creer que yo era un caba-
lero de grandes conveniencias, No dejé
de conocer que el bellaco se estaba bur-
lando de mí: y para cortar de repente sus
bufonescas frialdades, saqué el bolsillo y
á vista suya conté sobre una mesa mis
ducados, los que le obligaron 4 formar un
juicio más favorable de mi. Roguéle que
me hicis algún sastre, á lo cual
me replicó que sería mejor llamar á algún
prendero, el cual traería diferentes ves-
tidos de todas clases, para quedar pronto
vestido del todo. Agradóme el consejo y
doterminé seguirle; pero, como se acer-
caba ya la noche, dilaté este negocio has-
ta el día siguiente, y sólo pensé en cenar
bien para resarcir lo mal que había co-
mido desde que salí del soterráneo.
se buscar
XV
DE QUÉ MODO SE VISTIÓ GIL BLAS, DEL NUE-
VO REGALO QUE LE HIZO LA SEÑORA Y DEL
EQUIPAJE EN QUE SALIÓ DE BURGOS.
Sirviéronme un copioso plato de manos
«de carnero fritas, y le comí casi todo:
bebí á proporción, y después fuíme á la
cama. Era ¿sta muy decente, y esperaba
que luego se apoderaría de mis sentidos
un profundo sueño; pero engafidme, por-
que apenas pude cerrar los ojos, ocupa
da la imaginación en qué género de vesti-
do había de escoger.
¿Qué haré 2—decía; — ¿seguiré mi
primer intento de comprar unos hábitos
largos para ir á ser dómine en Salamanca ?
Pero, ¿4 qué fin vestirme de estudiante ?
¿Tengo deseos de consagrarme al estado
eclesiástico? ¿Acaso me inclina 4 ello mi
Propensión ? Nada de eso: mis inclinacio-
Des son muy contrarias 4 la santidad que
Pide: quiero ceñir la espada y ver de ha-
cer fortuna en el mundo.
Cil Blas, 3
Y ú esto me decidi.
Resolví, pues, vestirme de caballero,
bien persuadido de que esto bastaría para
alcanzar un empleo de importancia. Con
tam lisonjeros proyectos, estuve esperan-
do el día con grandísima impaciencia, y,
apenas rayó en mis ojos su primera luz,
cuando salté de la cama. Hice tanto ruido
en el mesón, que despertaron todos. Lla-
mé ú los criados, que estaban todavía en
la cama, y me respondieron echándome
mil maldiciones. Al fin se vieron obliga-
dos ú levantarse, y les dí orden de que
fuesen á buscar al prendero. No tardó en
llegar éste con dos mozos cargados cada
uno con un gran Saludóme
con grandes cumplimientos, y me dijo:
—Caballero, ha tenido usted fortuna en
dirigirse á mí más bien que á otro; no
quiero desacreditar á mis compañeros,
ni permita Dios que haga el menor agra-
envoltorio.
vio a su reputación ; mas aquí, para en-
tre los dos, ninguno de ellos sabe qué
cosa es conciencia: todos son más duros
que judíos; yo soy el único de mi oficio
que la tiene; me limito á una ganancia
justa y razonable, contentándome con un
real por cuarto; equivoquéme, q
cir con un cuarto por real,
Después de este preámbulo, que yo crel
tontamente al pie de la letra, mandó á los
mozos que desatasen los envoltorios. EEn-
señáronme vestidos de todos géneros y co-
lores, muchos de ellos de paño enteramen-
te lisos. Deseché éstos con desprecio por
demasiado humildes. Presentáronme des:
pués otro que parecía haberse cortado ex-
presamente para mi, el cual me deslum-
bró, sin embargo de que estaba un poco
usado. .Se componía de una ropilla, unos
calzones y una capa; la ropilla con man-
gas acuchilladas, y todo el de terci
azul bordado de
ua
opelo
OTrO. Escogl ¿ste y pre-
gunté el precio. El prendero, que conoció
cuánto me agradaba, me dijo:
En verdad que es usted un señor de
) muy delicado y se ve bien que lo
iende. Sepa usted que este vestido se
hizo para uno de los primeros sujetos del
reino, que no se lo puso tres veces. Ob-
serve bien la calidad del terciopelo, y ha-
llará que es del mejor: pues, ¿qué diró
Jel bordado? No parece cabe ¡nayor deli.
cadeza ni primor.
Y bien—le pregunté, —¿ cuánto pedís