á
Ph
,
mento 4 presentarte 4 la puerta de su
cuarto, donde ya hay orden de que te
corre, y vuelve al instanto
á enterarme de esa conversación. ;
Marché al punto al cuarto del Rey, ¿4
ulen encont p: dei á paso lar-
go esperándome, y parecia estar pensati-
preguntas acerca de
oria me obligó 4 con-
rá solo:
vo. Hizome muc
Lucrecia, cuya hist
tarle; y cuando la acabó, me preguntó si
aquella jove a tenido alguna distrac-
ción. Habiéndole as rairado regu ltamen-
be que no, sin embargo de conocer lo arries-
gadas que son estas aserciones, el Mo-
narca dió muestra de
Siendo así —repuso,—te elijo por agen-
te mío para con Lucreci
sepa por tu condu cbo qu é corazón Ha con-
guistado. Ve á decirselo de mi part ¿Da-
dió,- entregándome un co recibo Mud de
joyas de valor de más de cincuenta rl du-
1 : 151 1 ,
cados, Y (i pue go que septo
1
y quiero que
e presente como ] ida de otras pr
3 sólidas de mi afecto.
Antes do desempeñar esta comisión pasé
ver al Conde-Duque, á quien dí cuen-
fiel de lo quo el Re y am había dicho.
] ue : 21 nistro, en lugar
de celebrar 1 icia, la sentiría ; porque,
como ya ld t teni
sus designios amorosos hacia Lucrecia, y
que sabría con sentimiento que su señor
era su rival: O 1 engañaba ; porque
l
lejos de desazonarle la noticia, se alegró
llanto de o que no pudiendo disimular
su, gozó, dejó escapar algunas expresiones
que yo recogl.
—¡Ah, Roy mio !—exclamó : —ahora sí
seguro: desdo este punto
5) l 8 1 eg0c 108.
ver con claridad
Este após
todo el ] » y
cí que este señor, jue el Mo-
Marca quisiera ocuparse en asuntos se ri S,
procuraba distraerle con las diversiones
más análogas á su carácter.
—Sanbillana—me dijo luego,—no pier-
das tiempo; ve cuanto antes, ami. 10 mio,
4 obedecer la importante orden que se te ha
dado y do que muchos cortesanos se glo-
riarián que se les hubiese confiado. Piensa
“continuó, —que no tienes aquí al Conde
de Lemos que te quite la mejor parte del
honor del servicio hecho: buyo será por
entero, y además todo el fruto.
dor ró $. A la pildo-
) pude, mas
temiendo (
De este modo me,
fa, que tragué
lo mej:
BLAS
DE SANTILLANA
no sin percibir su amargura; porque des
pués de mi prisión me h: abía acostumbrad:
á mirar las cosas desde un punto de vist:
religioso, y el empleo de Mercurio en je
fo no mo parecía tan honorífico como mi
declan. No obstante, aunque no era bar
vicioso que pudiera ejercitarlo sin remor
dimiento, tampoco era tanta mi virtud
que tuviese valor para rehusarlo. Obedo
cl, pues, al Rey con tanto mayor gusto
cuanto que veía al mismo tiempo que m
obediencia agradaría al ministro, á quier
anhelaba complacer,
Parecióme conveniente avistarme pri:
mero con Laura y hablarle del particulas
á solas. Expúsele mi comisión en los tér
minos más moderados, concluyendo mi
con ps en la mano el cofre
cillo. A vista de las joyas, no pudiende
ocultar su Met la manifestó abierta
mente.
Señor Gil Blas—exclamó,—á presen
cia del mejor y más antiguo de mis ami
gos no debo reprimirmeo. Haría mal er
ostentar contigo una fingida severidad de
reo y andar en retrecheriías. Si
por cierto, —prosiguió
mo faltan voces para explicar el regocija
que me ha causado una conquista, tan pro
ci0sa, cuyas ventajas conozco; pero, has
que Lucrecia
la miro con otros ojos: porque, aunque
criada en el teatro, tan timorata y de
tanto pundonor, que ya ha desechado las
ofertas de dos señores amables y opuler:
tos, Dirásme quizá, —prosiguió ella: —que
dos señores no son dos reyes; convengc
en ello, 8 también que un amante corona
do puede hacer titubear la virtud de Lu-
crecia. Con todo esto, no puedo menos de
docirte que el éxito es muy dudoso, y te
seguro que yo no haré violencia 4 mi
ja. S1 ésta, lejos de considerarse favore:
cida con el afecto momentáneo del Rey,
lo mira como mancha de su recato, espe
ro eS este gran Monarca no se dé por
ofendido de su répulga. Vuelve mañana,
—añadió, —y te diré si has de llevar una
respuesta favorable 1) sus joyas.
A pesar de esto, yo no dud: ba que Lan:
ra exhortaría más tien 4 Lucrecia 4 des-
viarse de su deber que 4 mantenerse en
él; y contaba positivamute con esta ex:
hortación. Sin embargo, supe con sorpre-
sa, al día siguiente, que Laure a había tenida
tanta dificultad en encaminar su hija ha
cia el mal, como otras madres la tienen
arenga
ella, —confieso que
blando entre los dos, temo