Full text: Historia de Gil Blas de Santillana

HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 47 
porque le habian sangrado poco y no dá- 
dole bastemte agua caliente. El ejecutor 
de la medicina, quiero decir, el sangrador, 
viendo que ya no era necesario su Minis- 
borio, se marchó también siguiendo al doc- 
tor Sangrado, diciendo uno y otro que des- 
de el primer dia habían desahuciado al 
licenciado. Y, en efecto, casi nunca se en- 
gañaban cuando pronunciaban semejante 
fallo. 
Luego que vimos muerto á nuestro amo, 
la señora Jacinta, Inesilla y yo comenza- 
mos un concierto de fúnebres alaridos, y 
talos que se oyeron en toda la vecindad. 
La beaba, sobre todo, que tenía mayor 
motivo para estar alegre, levantaba el gri- 
to con lamentos tan funestos, que parecia 
la mujer más afligida del mundo. En un 
instante se llenó la casa de gente, atraída 
más de curiosidad que de compasión. Los 
parientes del difunto se presentaron tani- 
bién muy pronto, y hallaron tan desconso- 
lada á la beata, que se persuadieron que 
el canónigo habla muerto «ab intestato». 
Pero tardó poco en abrirse á presencia de 
todos el testamento, dispuesto con las for- 
malidades necesarias, y cuando vieron que 
el testador dejaba las mejores alhajas á la 
señora Jacinta y á la niña, pronunciaron 
una oración fúnebre del canónigo poco de- 
corosa á su memoria, motejando al mistmo 
tiempo á la beata, sin olvidarme á mi, que 
verdaderamente lo merecía. El licenciado, 
en paz sea su alma, para obligarme á que 
no me olvidase de él en toda mi vida, se 
explicaba así en el artículo del testamento 
que hablaba conmigo: «Item por cuanto 
»Gil Blas es un mozo que tiene algún ba- 
Ȗo de literatura, para que acabe de per- 
»leccionarse y se haga hombre sabio, le 
adejo mi librería con todos los libros y ma- 
pnuscritos, sin exceptuar ninguno.» 
No sabía yo dónde podía estar la tal 
soñada librería, porque en ninguna parte 
de la casa la había visto jamás. Sólo ha- 
bía sobre una tabla en el cuarto del canó- 
higo cinco ó seis libros con algún legajo de 
papeles, y los tales libros no podían ser- 
Yyirme para* nada, Uno se titulaba El coci- 
nero perfecto ; otro trataba do la indiges- 
tión y del modo de curarla; los demás 
eran las cuatro partes del «Breviario», me- 
dio roídas de la polilla. En cuanto á los 
manuscritos, el más curioso de todos era 
los mutos de un pleito que había seguido 
el canónigo para conseguir la prebenda. 
Después que examinó mi legado con mayor. 
atención de la que él se merecía, se lo 
cedí á los parientes del difunto, que tan- 
to me lo habian envidiado. Entreguéles 
tambión el vestido que tenía á cuestas, y 
volví á tomar el mio, contentándome con 
que me pagasen mi salario, y fuíme á 
buscar otra conveniencia. Por lo que toca 
á la señora Jacinta, además del dinero y 
alhajas que el canónigo le había dejado, se 
levantó con otras muchas cosas que ocul- 
tamente habia depositado en poder de su 
buen amigo durante la enfermedad del di- 
funto, : 
11] 
ENTRA GIL BLAS Á SERVIR Al DOCTOR SAN- 
GRADO, Y SE HACE FAMOSO MÉDICO 
Resolví ir 4 buscar al señor Arias de 
Londoña, para escoger en su registro otra 
asa donde servir; pero, cuando estaba 
muy cerca del rincón donde vivía, me en- 
contré con el doctor Sangrado, á quien no 
había visto desde la muerte de mi amo, y 
me atreví 4 saludarle. Conocióme inmedia- 
tamente, aunque estaba en otro traje, y, 
mostrando particular gusto de verme: 
—Hijo mío—me dijo, —ahora mismo iba 
pensando en ti, He menester un criado, 
y tú eres el que me conviene con tal que 
sepas leer y escribir. 
—Como usted—dijo,—no pida más, délo 
todo por hecho. 
—Pues siendo asi—replicó,—vente con- 
migo, porque bú eres el hombre que yo 
busco. En mi casa lo pasarás alegremen- 
to; te trataré con distinción; no te seña- 
laré salario, pero nada te faltará. Cuidaré 
de vestirte con decencia; te enseñaré el 
“an secreto de curar todo género de en- 
fermedades, y en una palabra, más serás 
discípulo mío que criado, 
Acepté la proposición del doctor con la 
esperanza de salir un cólebre médico baja 
la dirección de tan gran maestro. Llevóme 
luego 4 su casa para instruirme en el mi- 
nisterio á que me destinaba. Reduciase éste 
á escribir el nombre, la calle y casa donde 
vivian los enfermos que le llamaban, mien- 
bras él visitaba 4 otros parroquianos. Para 
este fin tenía un libro en que asentaba todo 
lo dicho una criada vieja, á la cual se redu- 
cla toda su familia; pero, sobre no saber 
palabra de ortografía, escribía tan mal que 
por lo común no se podía comprender lo 
escrito. Encargómo, pues, 4 mí este qe
	        
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