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HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA 59
candelero, se la entregué á la vieja, y
alargué éste 4 Fabricio, que contentán-
dose con ello, quizá porque no vió en la
sala ninguna otra cosa de precio que se
pudiese llevar fácilmente, dijo á las dos
mujeres ;
— Adiós, reinas mias, y pierdan cuida-
do, que voy á hablar al señor corregidor
y á dejarlas con él más puras y más blan-
cas que la misma nieve. Nosotros le gabe-
mos pintar las cosas como queremos, y
nunca le hacemos relación que no sea
verdadera, sino cuando tenemos algún
poderoso motivo que nos obligue ú des-
figurar un poco la verdad.
V
PROSIGUE LA AVENTURA DE LA SORTIJA ;
DEJA GIL BLAS LA MEDICINA Y SE AUSEN-
TA DE VALLADOLID.
Ejecutando tan felizmente el admira-
ble proyecto de Fabricio, salimos de ca-
sa de Camila, alabándonos de un suceso
que había superado nuestras esperanzas,
porque sólo habíamos ido ú recobrar una
sortija y nos llevamos lo demás sin cere-
monial ni el menor remordimiento. Lejos
de hacer eserúpulo dde haber robado á
dos mujeres del partido, crelamos haber
hecho un acto meritorio.
—Señores—dijo Fabricio luego que es-
tuvimos en la calle, —soy de parecer que
para coronar esta bella hazaña vayamos
á nuestra taberna de lo caro, donde pasa-
remos alegremente la noche. Mañana
venderemos el collar, los pendientes y el
candelero; haremos nuestras cuantas, y
repartiremos el dinero como hermanos.
Hecho esto, cada uno se irá á su casa,
y discurrirá lo que mejor le pareciere para
excusarse de haber pasado la noche fuera
de ella.
Tuvimos por muy prudente y juicioso
el pensamiento del señor alguacil. Volví-
mos, pues, todos á nuestra taberna, pare-
ciéndoles 4; unos que fácilmente encon-
trarían algún buen pretexto para discul-
par el haber dormido fuera, y no dándo-
seles á otros un pito de que les despidie-
SON Sus amos.
Dióse orden de que se nos dispusiese una
buena cena, y nos sentamos a la mesa con
tanto apetito como alegría. Durante ella se
suscitaron especies muy graciosas, sobre»
todo Fabricio, que era fecundísimo y hom-
bre de gran talento para mantener siempre
viva la conversación y divertir 4 toda la
compañía. Ocurriéronle mil dichos llenos
de sal española, que nada debe á la sal
ática; pero estando en lo mejor de la di-
versión y de la risa, turbú nuestra alegría
un lance inesperado y sumamente des-
,¡agradable. Entró en el cuarto donde está-
bamos un hombre bastante bien planta-
do, á quien acompañaban otros dos de
muy mala catadura. Tras éstos entraron
otros tres, y en fin, de tres en tres fueron
entrando hasta doce, todos con espadas,
carabinas y bayonetas. Conocimos que
eran ministros verdaderos de justicia, y
fácilmente penetramos su intención. Al
principio pensamos en defendernos ; pero
en un instante nos rodearon y nos contu-
vieron, así por su mayor número, como
por el respeto que tuvimos á las armas
de fuego.
Señores—nos dijo el comandante con
cierto airecillo burlón, —tengo noticia de
la ingeniosa invención con que ustedes
han recobrado de mano de cierta aventu-
rera no sé qué preciosa sortija, La estra-
tagema fué ingeniosa y excelente, tanto
que merece ser públicamente premiada:
recompensa que no se les puede negar á
ustedes. La justicia, que tiene destinado
á ustedes digno alojamiento en su mis-
ma casa, no dejará ciertamente de pre-
miar un esfuerzo tan raro de ingenio.
Turbáronse á estas palabras todas las
personas á quienes se dirigían, y muda-
mos todos de tono y de semblante, llegán-
donos la vez de experimentar el mismo
terror que habíamos causado en casa de
Camila. Sin embargo, Fabricio, aunque
pálido y casi muerto, intentó disculparnos.
—Señores—dijo trómulo,—nuestra in-
tención fué sin duda buena, y en gracia
de ella se nos puede perdonar aquella
inocente superchería.
—¡Qué diablos! — replicó el coman-
dante con viveza,—¿4 eso llamas tú su-
perchería inocente? ¿Ignoras por ventu-
ra que huele á cáñamo, ó cuando menos á
baqueta, esa inocente supercherla ? Fuera
de que á ninguno le es lícito hacerse jus-
ticia 4 sí mismo por su propia mano, 0s
llevasteis, además de la sortija, un collar
de perlas, un candelero de plata y unos
pendientes de diamantes. Lo peor de to-
do es que para hacer este robo os fingis-
teis ministros de justicia. ¡ Unos hombres
miserables suponerse gente honrada para
hacer tal villanía y cometer semejante
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