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HISTORIA DE GIL BLAS DE SANTILLANA
da mitad de un camino tan bueno, y aun
»representó 4 mi imaginación 4 Mergelina
»con nuevos atractivos y ponderó el precio
ade los placeres que me esperaban. Resol.
»vÍ, pues, continuar mi entremés y muy
»resuelto á tener más firmeza, con tan be-
»llas disposiciones, me fui al día siguiente
ȇ la puerta del doctor entre once y doce
»de la noche y en medio de obscuridad tan
»grande, que no se veía brillar uno sola es-
»trella en el cielo. Maullé dos d tres veces
»para avisar que estaba en la calle; pero
»como nadie bajaba á abrirme, no me con-
»tentó con empezar de nuevo, sino que me
»puse á remedar todos los diferentes gri-
»tos del gato, que un pastor de Olmedo me
»había enseñado, y lo hice tan al natural,
»que un vecino que volvía 4 su casa, te-
»niéndome por uno de estos animales cu-
»yos manllidos imitaba, cogió un guijarro
»que tropezó con los pies y me lo arrojó
»con toda su fuerza, diciendo: «¡ Maldito
»sca el gato!» Recibí tan fuerte golpe en
dla cabeza, que quedó aturdido por el pron-
»to y faltó poco para que cayese en tie-
»rra atolondrado. Esto bastó para que diese
»al diablo el galanteo, y Deducds el amor
»juntamente con la sangre, me volví 4
»casa, donde desperté 6 hice levantar 4 to-
»dos. El maestro reconoció la herida, que
dle pareció peligrosa; pero no tuyo malas
»resultas y se cerró al cabo de tres sema-
nas. En todo este tiempo no oí hablar de
»Mergelina. Es natural que Melancia,
»para desprenderla de mí, le buscase algún
robro conocimiento, de lo que no me infor-
»mé porque nada me importaba, pues salí
»de Madrid para andar la España luego
»que me vi perfectamente curado.»
VITI
ENCUENTRO DE GIL BLAS Y 8U COMPAÑERO
CON UN HOMBRE QUE ESTABA MOJANDO
MENDRUGOS DE PAN EN UNA FUENTE, Y
CONVERSACIÓN QUE CON ÉL TUVIERON.
Contóme el amigo Diego de la Fuente
otras aventuras que le sucedieron en ade-
lante ; pero todas de tan poca importancia,
que no merecen la pena de referirse. Sin
embargo, me vi precisado á olrselas, y en
verdad que no fué breve la relación, pues
duró hasta que llegamos 4 Puente de Due-
ro, donde nos detuvimos lo restante de
aquel día. Hicimos en el mesón que nog
dispusiesen una buena £wpa y asasen unal
liebre, después de cerciorarnos de que era
verdaderamente tal. Al amanecer del día
siguiente proseguimos nuestro camino, ha-
biendo antes llenado la bota de un vino mex
diano y metido en las mochilas algunos
pedazos de pan, juntamente con la mitad
do la liebre que nos había sobrado en la
cena.
Después de haber caminado cerca de dos
leguas, nos sentimos con gran gana de al-
morzar, y habiendo visto como á doscien-
tos pasos del camino un grupo de árboles
que hacían sombra deliciosísima, escogimos
aquel sitio é hicimos alto en él. Allí en-
contramos 4 un hombre como de veintisie-
te á veintiocho años, que estaba mojando
en una fuente algunos zoquetes de pan.
Tenia 4 su lado sobre la hierba una espa-
da larga y una mochila. Pareciónos mal
vestido, mas, por otra parte, de buen ros-
tro y bien plantado. Saludámosle cortés-
mente, y él nos correspondió con igual
cortesania. Presentónoa luego sus mendru-
gos mojados, y con cierto aire risueño y
despejado nos dijo si éramos servidos.
Admitimos el convite en el mismo tono,
mas con la condición de que había de te-
ner á bien que juntásemos los almuerzos
para que fuesen más abundantes. Vino en
ello con mucho gusto, y nosotros sacaniog
nuestras provisiones, lo que ciertamente
no le desagrado,
—/ Oh, señores! — exclamó enajenado
de alegria, —verdaderamente que ustedes
vienen bien provistos de municiones dv
boca, y se conoce que son hombres preveni-
dos y que miran lo venidero. Yo me flo
deraasiado en la fortuna. Sin embargo, 4
pesar del miserable estado en que uste-
des me ven, les puedo asegurar que al-
guna vez hago un papel muy brillante.|
Sepan ustedes que no pocas me tratan de
principe y estoy rodeado de guardias.
—Según eso — dijo Diego—será usted
comediante.
, —Ñ—Adivinólo usted—respornlió el deszo-
nocido ;—por lo menos hu quince años que
no tengo otro oficio, Siendo niño represen
taba ya ciertos papeles cortos, esto es,
que tuviesen poco que aprender.
—Hablemos francamento — replicó el
barbero meneando ladinamente la cabe
za ;—tengo dificultad en creerlo, porque
conozco bien 4 los comediantes y sé que
estos señores no acostumbran caminar d
cra ai Si