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102 LOS DRAMAS DEL ADULTERIO
lísimo que haeta. La Condesa, con vestido
de terciopelo negro, sin nada ú la cabeza,
marchaba rápidamente, sufriendo la lluvia
glacial que caia á torrentes, ¿A, dónde iba?
No hubiera podido decirlo, La reacción in-
evitable se produjo, y un decaimiento mo-
ral sucedió á su energía momentánea. Su
pensamiento se perdía en el caos. Una in-
tensa sensación de frío hizo estremecer
sus miembros.
Margarita, en aquel instante, nosotros lo
afirmamos, se hallaba próxima á la locura,
En medio de sus confusas ideas se decía,
no recordando que era millonaria y que po-
seía un castillo, ”
—Heme sola en el mundo, abandona-
da... sin asilo... ¿qué va á ser de mi?...
De pronto á aquellus sombías ideas gu-
cedió otra más halagieña.
—No...—murmuró la desdichada joven,
—no estoy sola en el mundo... Tengo un
amigo...
Y maquinalmente se encaminó hacia la
casa de la plaza Vintimille, de donde se
hallaba separada por una corta distancia.
Ln cuanto hubo franqueado el umbral
de la puerta, un hombre que la seguía des-
de que había salido de su casa, tomó preci-
pitadamente el camino de la calle de Bou-
logne. Era el criado á quien las gratifica-
ciones de la señorita Lizely le hacian ser-
yirle con tanto celo
René, triste y pensativo, se hallaba solo
en su cuarto cerca de la chimenea, medio
apagada, sin tratar de reanimar el fuego,
absorto en las preocupaciones de las que
fácilmente comprenderemos la causa. Cre-
yó estar soñando cuando vió aparecer 4
Margarita pálida, fría y casi inanimada.
—René—dijo Margarita, —me ha echa-
do. Sois mi único amigo... defendedme...
protegedme... salvadme...
Interrogar á la Condesa en aquel mo-
mento, era inútil, porque ne hubiera po-
dido responder. Lo más urgente era so-
correrla y hacerla reaccionar por medio de
un buen fuego. No había leña en la chi»
menea y el señor de Nangis la pidió; su
ayuda de cámara, con una espuerta en una
mano y una luz en la otra, bajó á la cueva,
teniendo cuidado de no cerrar la puerta de
entrada, con objeto de evitarse la molestia
de abrirla cuando subiera con la leña.
El resultado de esta precaución inteli-
gente fué que el conde de Nancey, al lle«
gar, ebrio de cólera, encontró la puerta
abierta, que ningún ruido de campanilla
pudo dar la voz de alarma, y que llegó sin
encontrar á nadie hasta la habitación donde
se hallaban Margarita y René,
Al ver aparecer 4 su marido de 1mprovi-
so, lívido, empuñando un revólver, la Con-
desa comprendió que un drama terrible
iba á tener lugar y deseando salvar al
señor de Nangis, se colocó delante de és-
te y casi por decirlo así, en-sus brazos.
Ni un grito, ni una palabra fué pronun-
ciada...
Paul hizo puntería, oprimió el gatillo dos
veces...
Margarita y René cayeron al suelo con
el pecho atravesado por las balas.
—Id á avisar al comisario de policia—or-
denó el señor de Nancey al ayuda de cá-
mara que volvía con la leña, pero demasia.
do tarde,—yo aguardo aquí... Voy á cons»
tiluirrme preso...
” ¿Se acuerdan nuestros lectores de los
célebres debates de la causa Nancey ? como
se dice en términos judiciales,
Los amores adúlteros de la Condesa y,
del señor de Nangis fueron probados de un
modo evidente por la testificación de Juan
Chabot, cochero del carruaje de alquiler,
matriculado con el número 380; por la
carta de Margarita 4 René, y por último,
por la presencia de la Condesa en casa de)
Barón en el momento en que el Conde les '
había sorprendido.
En la Audiencia llamó mucho la aten-