116 LOB DRAMAS
bre, era para borrar la inicua mancha que
me hablais inferido. Interrogo mi corazón
que tanto os ha amado y permanece mu-
do. Señor Conde, os lo ruego, retiraos...
—| Retirarme!... ¡No lo espertis!...
—Lo espero y cuento con ello...
—Blanca, queréis ponerme á prueba,
¿no es cierto?—dijo Paul delirante. —Me
castigáis por una falta que á costa de toda
mi sangre quisiera no haber cometido. ¡Si y
pensáis lo que decís, el castigo sería de-
masiado cruel... bien sabéis que lo sois
todo para mf... todo en el mundo... sa-
béis que os amo... sabéis que os adoro!...
El Conde se encálninó de nuevo hacia
Blanca y trató de estrecharla entre sus bra-
zos, pero ósta ge apartó bruscamente re-
trocediendo hasta el interior de la alcoba
seguida del Conde.
— Por segunda vez—insistió Blanca, —
Os ruego que os retirbis,
— Blanca, bien quisiera obedeceros, pe-
ro me falta el valor. Dejaos conmover por
mis súplicas, por mis lágrimas... No invo-
co mis derechos... si, tendis razón, sólo
los sagrados son los que ambiciono y los
que obtendré dados por vos... No des-
trocóis con una sola palabra todas mis
ilusiones... Tened piedad de un eorazón
que os pertenece y de un amor que au-
menta de día en día... que es todo vues-
tro... No me arrojéis de aquí...
Al oir bag frases incoherentes, aque-
llas súplicas apasionadas, la nueva Con-
des ONGS su rostro entre las manos.
Juando Paul hubo terminado, Blanca alzó
la cabeza dejando ver su rostro en el cual
no se dibujaba ninguna emoción,
—/]Sea—dijo con acento glacial, —la. ley
me hace vuestra! Quedaos...
e
El día iba pronto 4 aparecer. Un pro-
fundo silencio reinaba en la habitación
débilmente alumbrada por una lamparilla
de globo alabastrino.
- Blanca Licely, condesa de Nancey, cu-
bierta con una bata” y sentada cerca del
lecho, dirigía una mirada preñada de odio
á su marido, que pálido y febri dormía
DEL
ADULTERIO
con sueño agitado. De repente, Paul hizó
un brusco movimiento y se debatía como
para arrancarse á una terrible visión, Ron*
cas 6 inarticuladas frases salieron de su
garganta hasta que al fin pronunció pof
dos veces claramente y con una especie del
terror el nombre de Margarita.
Aunque la mujer no sienta amor, siem
pre conserva los celos. ¡El diablo lo quie«
ro así!
Blanca agarró con fuerza nerviosa el
brazo de su marido y sacudiéndoie fuer.
temente exclamó :
—| Estando conmigo pensáis en ella!
¿Y decís que me amáis ?
El Conde, despertado
abrió los ojos y en la turbación de
mente confundiendo la pesadilla
realidad, balbuces :
-—¡Ah, esa muerta!... (me hsbla!..:
¡me toca! ¡cuánta sangre! ¡tengo mier
dol...
Aquellas frases extrañas, y sobre todo,
aquel acento del Conde, dejaron á Blanca
confundida,
—¿Qué tenéis?... ¿Qué soñabais ?
Paul la miró y al reconocerla exhaló un
suspiro de satisfacción y dijo como has
blando consigo mismo :
—Soñaba, sí... era un sueño...
—¿Qué “sueño? Quiero saberlo...
-—Una pesadilla singular... Había un
cuerpo entre nosotros... ensangrentado...
el corazón atravesado... un cadáver... el
¿comprendi
bruscamente,:
su
con la
suyo...
—La pesadilk , es ve verde ad—pensó Blan-
ca helada como el mármol. — Existe la
sangre de Margarita entre este hombre y,
yo... Hxiste ese crimen, que para siem.
pre nos une y nos separa á la vez..,
¡VI
Esta primera noche de novios de la,
segúnda boda del Conde, puede decirse
que fué el prólogo de la existencia insu-
frible que reservaba Blanca Lizely al hom-
bre de quien “era esposa.
Todos los días el Conde veía renovarse
la escena que acabamos de referir, siendo