10 LOS DRAMAS DEL ADULTERIO
persona designada, 4 quien Paul saludó
con la mano y con la sonrisa.
Era óste, un hombre bajo de cuerpo,
joven todavia, muy delgado, casi calvo,
bien vestido, pero sin afectación, teniendo
el aspecto de un subjefe del ministerio de
Hacienda. Habria pasado inadvertido sin
la expresión bizarra de sus ojos grises y
redondos, que muy aproximados á su na-
riz delgada y acaballada, le daban cierto
parecido con algunas aves de rapiña.
Después de haber saludado y sonreido,
el señor de Nancey, prosiguió:
—Hace dos años próximamente, al si-
guiente día, ó más bign al de una noche
en que el baccarat me fué completámente
adverso, el señor Gobert, el hombre cuya
bondad inagotable conoce todo París, me
prestó sobre un pagaré ú tres meses fecha,
una suma de veinticinco mil francos...
—Dispensad, dispensad, señor Conde—
le interrumpió Gobert,—no confunda-
mos... yo nada os he prestado, la escasez
de mis recursos no me permiten, y lo
siento, hacer personalmente esta clase de
negocios; pero conozco capitalistas que,
sabiendo que soy un hombre honrado, y
convencidos de que por nada en el mundo
abusaría de la confianza que me dispen-
san, aceptan la negociación de ciertos va-
lores no comerciales que les propongo,
consintiendo en ponerlos á mi nombre en-
dosándoselos después, como una garantía
moral, bien entendido, pues lo repito, yo
no tengo fortuna.
—Muy bien, querido señor Gobert—re-
puso Paul,—al referirme 4 vos lo he hecho
porque sólo con vos he tratado el asunto.
Esos capitalistas que evocáis hoy, han si-
do para mi desconocidos.
—No quieren ser conocidos en esta cla-
ge de negocios.
—¿Por qué?
—Son personas muy consideradas en la
Bolsa, y desean conservar el incógnito
cuando cobran, por mi mediación, una
cantidad un poco más elevada que el in-
terés legal...
—/ Oh, tenéis razón !1-— interrumpió el
Conde, — ¡apenas si log veinticinco mil
francos primitivos han crecido desde hace
dos años! Las renovaciones sucesivas, las
primas, las comisiones, los corretajes, na
les han servido de pretexto para hacer en-
grosar la bola de nieve como se puede
creer, así es que sólo representan la mó-
dica suma de ochenta y cinco mil cuatro-
cientos cuarenta y cinco francos. Ya veis,
señores, que esto es pura modestia,
Al oir la cifra enumerada por el Conde,
los acreedores fijaron sus miradas sobre el
hombrecillo negociante y calvo, con mues-
tras de admiración y simpatía.
—/ Ah, tunantón! — se dijeron en voz
baja los unos á los otros,—he ahí un hom-
bre que entiende su negocio...
Gobert se levantó vivamente.
—He creido descubrir cierta ironía en
las palabras del señor Conde—dijo con voz
alterada. —Si el negocio no le convenía,
nadie le obligaba á aceptarlo... Hoy, por
primera vez, el señor Conde parece que-
jarse. ¿Será quizás porque los prestata-
rios se niegan á renovar sus pagaré6?
—Meo habéis comprendido mal, querido
señor Gobert—contestó Paul riendo.—He
querido simplemente hacer constar que ha-
biendo recibido veinticinco mil francos ha-
ce dos años, debo hoy ochenta mil cua-
trocientos cuarenta y cinco... pero aun
cuando fuera el doble ú el triple, no me
preocuparla absolutamente y, sobre todo,
no formularía ninguna queja. No tengo
motivo para ello y bien pronto quedaréis
convencido.
Gobert bajó la cabeza sin responder,
porque aquella frase ambigúa le dejó pen-
sativo.
—El segundo en mi lista—continuó el
señor de Nancey, después de un momento
de silencio,—es nuestro amigo Lebel-Gi-
rard, hábil y afamado tapicero, que ha ele-
vado el capitoné y la tapicería 4 la altura
de una institución. Los más lujosos hote-
les de París se hallan adornados y enrique-
cidos con sus obras. Soy su deudor por la
suma de sesenta mil trescientos cincuenta
francos. ¿Es cierto, querido señor? '
—Perfectamente, señor Conde—respon-
dió el tapicero.—Es la cifra exacta de mi
factura, incluyendo en ella los cortinajes
y el mobiliario del dormitorio de la señori-
ta Cora Saphir, y el boudoir de. la dama
de la calle de Belleville, que por discreción
ps
xx
LN