LOS DRAMAS DEL ADULTERIO
estaba esta nocho!... 'Al hablarma tenía
la sonrisa de otras veces y en su última
mirada había una promesa...
El Conde se fué 4 un círculo de que
era socio, poniéndose á jugar para pasar
el tiempo, y á pesar de sus frecuentes
distracciones, la suerte le favoreció.
En el momento de abandonar el juego
tenía delante de sí una fuerte cantidad en
oro y billetes.
—¡ Cómo, Nancey | —exclamó entre jo-
coso y serio el jugador que había perdido
más, —nos dejas cuando aun no son las
once y media... Eso no está bien... Nos
debes la revancha...
-Y os la daré cuando queráis...
— Ahora mismo...
—Ahora no puedo, porque me esperan.
—¿ Alguna mujer?...
—Sí, una mujer encantadora. ..
—Que se llama...
-Bres muy curioso, pero te contestará
que la deliciosa mujer que me espera es
la condesa de Nancey.
El Conde guardó en sus bolsillos el di-
nero que acababa de ganar, saludó y salió
del círculo. Cuando llegó á la calle de Bou-
logne, el coche que debía ir en busca de
la Condesa, había partido hacia más de una
hora y no había vuelto.
—Ias doce y cinco minutos—dijo el
Conde consultando el reloj.—Los dramas
berminan tardo, y algunas veces á más de
las doce. Por lo tanto Blanca no puede
estar aquí hasta dentro de media hora.
A las doce y cuarto penetró el coche en
el patio del hotel. ,
—Ya está aqui—pensó el: Conde y bajó
precipitadamente para recibir 4 su mujer
en el vestíbulo.
En vez de hallar á su mujer, sólo vió
la rara fisonomía del lacayo.
-—¿Dónde está la señora?
—Señor Conde, lo ignoro,
-—¡Cómo! ¿La señora no ha venido en
el coche?
—No, señor Conde.
-—Explicaos.
—La función ha terminado antes de las
loco, el público ha salido, los carruajes se
han marchado, nosotros hemos aguarda-
LOS DRAMAS.—11
161,
do un buen rato y la señora Condesa nó
ha parecido.
—Debiais haber entrado en el teatro...
haber preguntado, ..
-—Ya lo he intentado, señor Conde; pe-
ro han cerrado las puertas.
—No desenganchar, que voy á salir.
Un minuto después el coche rodaba bha-
cia el teatro de la Puerta de Saint-Martin.
Subió á la habitación del conserje, le
hizo levantar y se informó de si alguna
soñora se había puesto mala durante la
representación.
Ningún accidente había ocurrido.
Volvió 4 subir al opgcha y se hizo con-
ducir á casa de las "personas á quienes
Blanca había invitado.
La señoraode Clamecy no habla visto
ni oído hablar de Blanca desdo el jueves
anterior,
El Conde, consternado, volvió 4 su ho-
tel, quedándolo una vaga esperanza,
Tal vez su mujer hubiese regresado
mientras él la buscaba,
Esta esperanza fué de poca duración,
porque la ausencia de Blanca se prolon-
gaba.
¿Será necesario decir que Paul no se
acostó y que pasó una noche horrible? Re-
cordaba la noche en que la Condesa ha-
bía arrastrado loca y escandalosamente su
nombre en el jardín Bullier y en la. cena
con los jóvenes del escuadrón volante,
Quizás los motivos que la retenian fue-
ra de casa á aquella hora fueran los mis-
mos ó parecidos.
¿Quién sabe?
Ya lo dijimos y volvemos á repetirlo,
todo se paga. Blanca Lizoly yengaba ú la
primera condesa de Nancey.
¡ Dios es justiciero!
Cuando amaneció, el señor de Nancey
más parecia un fantasma que un ser vi-
viente.
El asesino de Margarita había envejeci-
do diez años durante aquellas horás inter-
minables, cuyos minutos se habían suce-
dido, causándole tormentos inexplicables.
Dieron las nueve de la mañana, y el
ayuda de cámara penetró en la habibación
del Conde.