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desconocido que le debía la vida, quien,
sin ella apercibirse, se apoderaba de su
corazón por la triple 6 irresistible seduc-
ción de la belleza, del sufrimiento y del
misterio,
Preparó inmediatamente la poción cal-
mante que el señor de Nancey tomaba
todas las noches, y se acercó á la cama.
Paul tenía los ojos cerrados, no oyó nada,
y por consiguiente, no hizo ningun movi-
miento,
Alicia avanzó hasta la cabecera del le-
cho, puso sobre la mesa de noche la taza
de porcelana de Saxe que contenía la be-
bida reparadora, y no permitiéndole la dé-
bil luz distinguir el semblante del herido,
se inclinó hacia él y le miró fijamente du-
rante un segundo, $
—¡Qué pálido está !l-—dijo la joyen en
voz baja.
Por bajo que hubiesen sido dichas aque-
llas palabras, Paul las habría adivinado
inmediatamente.
Abrió los ojos y una débil exclamación
salió de sus labios.
Con la rapidez que le permitia la debi-
lidad, alargó los brazos y quiso coger á
Alicia,
La joven, al ver aquel movimiento y
comprendiendo su intención, retrocedió al-
go sorprendida.
—Angel ó diosa, fantasma querido—
murmuró Paul en un acceso de fiebre, —
¿por qué te rebiras asi?...
Alicia se aproximó. Su pobre corazón
latía dentro de su pecho como el de una
alondra al verse cautiva en la mano de
un niño.
—No me retiro, por el contrario, 08
cuido lo mejor que puedo, como todo el
mundo aquí.
—¿Sois un ser real? ¿Sois una mujer?
—¿Y qué seró si no?—preguntó la jo-
ven con una encantadora sonrisa. — ¿Qué
seró yo si no soy una mujer?
—Una diosa, un ángel, un hada... ¿No
os lo he dicho ya?
—Señor, no puedo aspirar á ninguno
de esos nombres tan halagiieños...
Con las manos oprimió Paul su ardo-
rosa frente que trastornaba. la fiebre, trató
de reflexionar; pero, no pudiendo coordi-
LOS DRAMAS DEL ADULTERIO
nar sus ideas, con expresión bien mar-
cada de incredulidad dijo:
—¡Una mujor!... ¡no! no sois una
mujer...
—¿Lo oreóis asi?.,.—dlijo la joven alar-
mada por aquella extravagancia que le pa-
recía acomodarse mal..con la tranquilidad
aparente del Conde.
—¡ Ah !—replicó vivamente éste. — Es-
toy seguro... he visto más de una vez
vuestra transformación, vuestra metamor-
fosis.
Alicia repitió aquellas palabras, trans-
formación, metamorfosis, que no presen-
taban á su imaginación ningún sentido, y
cada vez más inquieta se preguntaba si lo
que hasta entonces habían considerado co-
mo delirio, no sería locura,
Felizmente la explicación no se hizo es-
perar.,
El Conde continuó :
—Os he visto, y no soñaba. Os he vis-
to cuando de imagen inanimada os habéis
convertido de pronto, por la influencia de
un ser misterioso, en criatura animada.
—¡ Dios mio! — murmuró la joven sin
entender lo que Paul decía.—¡ Seguramen-
to está loco!
—Os he visto, visión querida, abando-
nar el cuadro de que sois el personaje,
y de donde sin duda, inmóvil y muda, vol-
veróis á mi vista. A
La mano de Paul señaló maquinalmen-
te el cuadro que se hallaba en frente de
él (1).
Era difícil permanecer indiferente ante
aquella alucinación singular y extraña del
enfermo.
Alicia, tranquilizada, soltó una sonora
carcajada.
—¡Ah, ya comprendo |
—¿Qué comprendéis ?
Alicia, en vez de responder á aquella
pregunta, cogió la luz, la acercó al cua»
dro, y dijo:
—Mirad. ..
(1) Esto no es una invención. El autor de este
libro conoce 4 un artista, hoy cólobre pintor, que
durante el acceso de delirio en una l enferme
dad, cada día crela vor animarso y salirao dol oun.
dro, el rotrato do una joven que había muerto y á
quien había amado. Al loor estas líneas, que segu»
ramonte las loorá, aus ojos no permanecerán 40008,
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