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182 LOB DRAMAS DEL ADULTERIO
señora Laféne al oir aquellas palabras
pronunciadas por su sobrina.
¿Era verdad? ¿Era posible? ¿Qué?
¿Aquella Alicia 4. quien hacía poco
adormecía en su regazo, aquella Alicia que
sólo se entristecia cuando se le rompía
una muñeca ó se le escapaba de la jaula
algún pájaro, tenía un corazón que se ha-
llaba preparado al amor y al sufrimiento?
La pobre señora, viéndose tan brusca-
mente en frente de la realidad, no podía
dar crédito á sus oidos. Sin duda había
comprendido mal.
—¡ Tú le amas !—replicó.—¿Qué es lo
que dices? ¿A quiéa amas?...
—A él,
—¿Al conde de Nancey ?
—S1, tía mia. >
—¿ Y desde cuándo?
—Desde que le vi.
—A tu edad...
—Tengo más de diez y seis años...
La señora Laféne apartó dulcemente los
brazos convulsivos que la estrechaban y
retiró un poco la linda cabeza de Alicia,
miró aquel rostro adorable, aunque com-
pletamente inundados de lágrimas sus
grandes ojos tristes y límpidos, en cuyas
largas y sedosas pestañas había perlas
suspendidas.
Entonces se hizo la luz en el corazón
maternal de aquella excelente mujer.
—¿Y él?—interrogó la señora Laféne
dando un gran suspiro.—¿Y él, te ama?
—Lo ignoro, ..
—¿No te ha dicho nada?...
—Jamás... y sin embargo, yo espero
que si verdaderamente me ama no se irá.
¿No es verdad, querida tía?
—CGierto que si te ama... pedirá tu ma-
no y esto cambiará las cosas.
—¡Su mujer!... ¡yo!-—murmuró la jo-
ven, cuyas lágrimas desaparecieron como
por encanto,—Oh, querida tía, ¿lo creéis
así ;
—Yo, pobre hija mía, ¿cómo quieres
que no crea algo, yo que no dudo absoluta-
mente de nada? Es un gran secreto el
que acabas de confiarme y es menester mu-
cha prudencia. Esta noche hablaré con tu
tío, que te quiere entrañablemente y de-
, Sea que seas feliz, El nos guiará, guerida
Alicia, y estaremos seguras, guiadas por
él, de emprender mejor camino... Y hasta
esta noche evita sin afectación hallarte
sola con el Conde... ¿Harás lo que te digo,
no es cierto? ¿Me lo prometes ?
—Lo prometo y lo cumpliré. :
El señor Laféene, fiel á sus nuevas cos-
tumbres, volvió de Francfort, cerca de una
hora antes de la comida.
Su mujer, deseando librarse lo antes
posible de una responsabilidad que le par
recía muy pesada, le esperaba en la verja,
Se cogió 4 su brazo y le condujo á la
parte más retirada del jardín, sin respon-
der una palabra á las preguntas que la ha-
cla,
Llegados que fueron á una gruta Cons.
truída de piedra artificial, entró en ella, y
sentándose en un banco rústico se emjugó
el sudor que bañaba su frente.
—Mi querida amiga—dijo el marido to-
mando asiento á su vez,—me diréis al fin
lo que significan todos estos misterios... Se
creería al veros que ocurre en nuestra ca-
sa alguna cosa espantosa y que vais Y
confiarme un secreto prodigioso. ..
—No os ridis—replicó la señora Lafé-
ne, —guardaos bien, porque lo habéis acer-
tado. Aquí sucede algo grave.
—¿Y desagradable ?—añadió vivamente
el marido.
—Según. .. e
—¿88 trata de Alicia?
—$l,
—Decid pronto.
—Alicia ama al conde de Nancey.
—¿Alicia ama al Conde?—exclamó.—
Puede ser cosa seria, en efecto; pero, de»
cidme, ¿cómo lo sabéis?
—No he advinado nada... no he visto
nada... Ha sido Alicia, pobre ángel, quien
me ha declarado lo que yo sé...
—¿Y el Conde ama á Alicia?...
—Lo ignora, pero lo cree. El señor de
Nancey es una excelente persona, y si
ama, él hablará, ¿Qué hacemos ?
—Seguir el camino directo, como siem.
pre, y tener una explicación con él. Yo le
hablaré esta noche; pero temo que nues-
tra querida Alicia se haya forjado ilusiones,
Es bonita, bien lo sé, será rica, pero es
de familia humilde, mientras que él, es