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190 LOS DRAMAS DEL ADULTERIO
como á un enemigo de quien se teme sus
malas acciones... Negaos á escucharme y
quejaros á vuestra conciencia cuando el
mal sea irreparable, habiendo podido evi-
tarlo... Cuando quizás nos haya sepa-
rado...
El señor de Nancey hizo ademán de
alejarse,
Alicia, temblorosa, le retuvo,
—¡ Dios mio! ¡Dios mio!—murmuró
la pobre joven desesperada.—¿Puede se-
pararnos algo? ¿Es eso cierto?... ¿Es po-
sible?...
—¿,Ouando me habéis oído mentir? Ali-
cia, Os lo juro por mi nombre y os digo
la verdad... Daos pfisa en contestarme...
oigo á vuestros tíos que se acercan... ¿Me
esperaréis esta noche?
—Paul... querido Paul.
—¿Me esperaróis?
—Bien... sl.
Aquellas palabras fueron pronunciadas
en voz tan baja, que el señor de Nancey
las adivinó más bien que las oyó.
—Lebel-Girard debía perderme—pensó,
-—y me habrá salvado.
En aquel momento el señor y la seño-
ra Laféne se unieron á log futuros espo-
808, que durante el resto de la noche no
volvieron á encontrarse un momento so-
los.
*
*
El cuarto que ocupaba Alicia se halla-
ba situado en el primer piso de la casa,
al final de un corredor, debajo de la ha-
bitación de los tapices que ocupaba el
conde de Nancey.
Aquel cuarto, próximo al de la señora
Lafóne, con el cual una puerta de escape
ponía en comunicación, se componía de
una antesala, una alcoba y un gabins%e-
tocador.
A las doce menos cuarto se separaron.
Paul se dirigió 4 la habitación de los
tapices y la señora Lafóne condujo á Ali-
cia á aquella estancia virginal que la jo-
von habitaba desde su infancia, y donde
creía la buena señora que sólo debía dor-
mir dogs noches más.
—Querida niña—le dijo besándola con
maternal cariño,—dentro de pocos minu-
tos estaremos en mañana, y mañana será
la víspera del gran día, del día feliz y,
triste á la vez en que dejarás de pertene-
cerme. ¡Tendrás un esposo... un dueño!
Si desea llevarte, tendrás que seguirle...
y ¡ay! lo querrá... Pero yo espero que
durante largo tiempo no nos separare-
mos... por lo menos en mucho tiempo,
y tú continuarás siendo mi hija, ¿no es
verdad ?
—¡Oh, sí! siempre, siempre—respon-
dió Alicia con vehemencia.
—¿Harás dos partes de tu corazón ?
¿Una será para mí y me querrás siem-
pre?
—SBiempre y más que á todo después
de él.»
—¿Recordarás que has sido feliz aquí?
¿Feliz y amada? Alicia, hija mía, mi hija
adorada, no lo olvides, no lo olvides nun.
ca. Mira, si nos olvidas, sufriremos uu
cho.
La joven se arrojó en los brazos de la
señora Laféne, ocultando su rostro en el
hombro de ésta, y rompió á llorar por to-
da respuesta,
Al entrar en su cuarto el señor de Nan-
cey, miró el reloj y se sentó.
Era demasiado pronto para ir á la cita
que había conseguido dos horas antes, no
voluntariamente, sino impuesta,
La vista de los tapices que le rodeaban
evocó claramente en su imaginación por
la primera vez un recuerdo ya Lion le-
jano,
Recordaba aquella noche tempestuosa
en el chalet de Ville-d'Avray, y aquella
habitación casi idéntica de donde le vimos
salir furbtivamente como un ladrón, para
apoderarse de Blanca de Lizely.
La semejanza de las dos situaciones le
pareció asombrosa, y lo era en efecto,
—Solamente que hoy—se dijo,—el des»
enlace será trágico tal vez, si mi tentati-
va sale mal; si hallo la puerta cerrada,
será preciso acudir á la primera solución
y hacerme saltar el cráneo... ¡Qué de
novelas y qué infinito número de dramas
no se han escrito con este tema: el amon
ó la mauerto!... Yo ejecutaró una realidad.
La caja de pistolas llevada por él deg-