Full text: Los dramas del adulterio

AIDA e TAGS JOSE SARA 
236 LOS DRAMAS DEL ADULTERIO 
XIX 
El prusiano entró más respetuoso, más 
obsequioso y más servil que de costumbre. 
Cuando hubo presentado largamente sus 
respetos, percibió el bouqwet colocado so- 
bre una mesa próxima á la señora de 
Nancey. 
—¡ Ah, que bouquet !—exclamó.—¡ Ho 
aqui un precioso bouquet! 
Blanca se apresuró á corta aquel entu- 
SlasIno. 
—Serla de mejor gusto admirarle menos 
-— interrumpió, —puesto que supongo que 
ha sido enviado por vos. 
—¡ Error, señora Condesa l—replicó el 
señor de Hertzog,—su procedencia es mu- 
ho más ilustre. Yo no me permitiría, po- 
bre de mi, enviaros un bouquet tan signi- 
ficativo, porque 6 yo conozco mal el len- 
guaje de las flores, ó la unión de esas cas 
melias color nieve y fuego, expresan cla- 
ramente que esperan con las llamas del 
amor fundir los hielos de vuestro cora- 
zón... ¿No os parece, como á mí, que tie- 
ne algo de majestuoso ese regalo hecho 
por una mano desconocida 4 una reina de 
hermosura ? 
—Soy torpe, lo confieso, para descifrar 
log enigmas—contestó la señora de Nan- 
coy.—Y os agradeceré que os expliquéis 
mejor. 
El señor Hertzog puso una fisonomía 
grave. 
—La explicación que la señora Condesa 
hace el honor de pedirme es bien difícil 
ide dar. 
—¡ Por qué |... 
—Ouando Sémele, simple mortal, se 
prendó de Júpiter, creo que fué Séméls... 
y si no, poco importa, quiso ver el Dios 
en su gloria, en medio de los atributos de 
su poderio; la imprudente fué devorada 
por los fuegos demasiado vivos que rodela- 
ban á su amante. Ung/ suerte parecida po- 
dría. ser la vuestra, señora Condesa, aun» 
que vos seáis casi una semidiosa. ; 
—¿A qué vieno esa mitología ?-—pre- 
guntó Blanca sonriendo.—Os ruego, se» 
ñor Barón, que descendamos á la tierra. 
La gravedad del señor de Hertozg 
aumentó. 
—Los más altos destinog os esperan— 
nurmuró.—Moe permitiré suplicar á la se- 
fora Condesa, que un día se acuerde de 
que yo he tenido el honor insigne de ser 
el primer escalón, gracias al cual llega- 
róis á la cima de las grandezas. 
—Vada vez os comprendo menos... ¿Qué 
grandezas me reserva ese salón politico 
de que hemos hablado? 
ll Baroncito tomó un aire sumamente 
desdeñoso. 
—1No es cuestión de eso | —respondió :) 
—se trata de otra cosa, 
La Condesa agitaba el pie con impacien- 
cia ; las reticencias del prusiano la sobreex+ 
citaban log nervios 
Así lo comprendió el señor de Hertozg, 
y se apresuró á añadir; 
—Augustas miradas se han fijado en 
vOS... Vuestras gracias incomparables han 
causado una profunda impresión en un 
augusto corazón... Ayer noche en el tea- 
tro, todas las damas ilustres que estaban 
en la sala os envidiaban, y no sin razón. 
¿La señora Condesa comprende? 
—Comienzo á comprender... 
—Sólo de vos depende el ser Reina, 
—De la mano izquierda—interrumpió 
Blanca, 
—Recordad qué papel las reinas de la 
mano izquierda, como decís muy bien, han 
representado en la historia de vuestra na- 
ción. Agnés Sorel, la bella Gabriela, Mon 
tespan, la Valliére, figuras inmortales y ad: 
miradas por el mundo entero. Además, lo 
puerta está abierta 4 los sueños ambiciosos 
que pueden, en el momento más impre- 
visto, convertirse en realidad. En nuestra 
Alemania, señora Condesa, el casamiento 
morganático es una institución seria. 
—Pero no para los soberanos casados. 
—Todo marido puede quedarse viudo, 
Además sois muy bella y sobre todo muy 
hábil para no poder alcanzar sobre un 
Júpiter que se acérca á la vejez, una in- 
ED
	        
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