240 LOS DRAMAS DEL ADULTERIO
de descubrir la impresión que producía en
su ánimo la lectura de aquella carta.
Le pareció que los ojos de Paul expre-
saban una ternura inmensa.
—¿Y bien?—le preguntó, cuando hubo
concluido,
El Conde la cogió entre sus brazos y
la estrechó contra su corazón.
—Pues bien, mi querida Alicia-—con-
testó en seguida con voz conmovida ;—hay
que echar al correo esta carta. Esas almas
y. corazones amantes, á los cuales va di-
rigida, serán felices al saber que tú eres
feliz.
—Paul, querido Paul—murmuró timi-
damente la joven, sin atreverse apenas á
mirar al Conde, —+¿no llegará el día en
que esta felicidad sea con pleta? El día
en que pueda decirles 4 esos, para quienes
siempre he sido una hija querida. No te-
méis más que amarme, no necesito per.
dón, soy su mujer...
El señor de Nancey se puso un poco
pálido. :
—Ese día llegará —dijo,—si Dios se dig-
na atender mi fervorosa súplica y será
pronto.
—¿Por qué tarda tanto tiempo ?—pro-
siguió la joven.—Más de una vez te ho
hecho esta pregunta y nunca me has con-
testado.
—Y hoy tampoco te responderé—dijo
Paul.—Mi querida Alicia, te lo ruego, no
me interrogues más. Me destrozas el co-
razón y es en vano, puesto que existe
un fatal secreto, Ya lo conocerás más tar-
de cuando suene la hora bendecida en que
pueda repararlo todo. Hasta entonces, bás-
tete saber que yo no amo en el mundo
más que á ti, que soy tuyo para siem-
pre y que las únicas cadenas indestructi-
bles que pueden unir dos corazones, no
son las leyes, es el amor, mi bien amado ..
Alicia bajó la cabeza, un poco 'triste y
mal convencida. ¿Cuál era aquel secreto
que con tanta obstinación guardaba el se-
for de Nancey? Vanamente trataba de pe-
netrar aquella obscuridad inquietante, pe-
ro no interrogó más y como siempre se
resignó.
Algunas semanas después comenzaron
los sucesos sinieste s, preparados por la
Prusia largo tiempo antes en: la sombra.
Estos sucesos son objeto de la historia, y,
bien quisiéramos no tocarlos ; pero nos es
preciso decir algunas palabras, puesto que
deben ejercer una influencia directa en log
hechos que nos restan que referir.
El rey Guillermo acababa de ultrajar á4
la Francia en la persona del condo Bene-
detti. El duque de Gramont subió á lu
tribuna del Cuerpo colegislativo y la de-
claración de guerra estalló como un rayo,
¿Al conocerse esta nueva inesperada, la
Francia sintió un estremecimiento de an-
gustia y de terror? ¡ No, ciertamente! Lal
Francia, orgullosa de su poderío militar;
la Francia, vencedora en Solferino, Se
bastopol y en Magenta, y siempre genero-
sa en sus victorias, no podía, sin ultrajar-
se á si propia, admitir la posibilidad de una
derrota.
¿Cómo suponer que las tres cuartas par-
tes de nuestro ejército no existía más que
nominalmente? ¿Que nuestros arsenales
estaban vacios? ¿Que Napoleón TIL, autor
de obras importantes en la artillérla, no
tenía un cañón capaz de sostener la lucha
contra los formidables cañones de los pru-
sianos? ¿Cómo admitir, en suma, que el
Emperador, después de haber hecho gran-
des cosas, después de haber dado á la pri-
mera nación del mundo diez y ocho años
de una inmensa prosperidad, sería ciego ó
engañado de pronto, hasta el punto de de-
clarar la guerra con trescientos mil hom.
bres difícilmente movilizables, contra un
millón doscientos mil soldados alemanes ?
Por eso gritaban: ¡d Berlin! y por eso
decian de nuestros regimientos: No van,
á la guerra; van dá la victoria,
1Ay, la ilusión fué de corta duración 1
¡La terrible realidad apareció con la no-
ticia del desastre de Wissembourg y des-
pués de Wissembourg, Weerth, después de
Worth, Reichsolfen, combates heroicos
de uno contra diez, en que la gloria en-
tera fué de los vencidos, verdaderos hé-
roes derrotados por las masas prusianas !...
¡ Después Sedán! Ochenta mil soldados
encerrados en un círculo de colinas, cuyas
crestas coronaba la artillería alemana, ha-
ciendo imposible toda defensa. ¡Un ejér.
cito cogido como si fuera co lazo! ¡ Mac»
EN