Full text: Los dramas del adulterio

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LOS DRAMAS DEL ADULTERIO 25 
La llegada á las cuadras rompió el sl- 
lencio. Paul volvió, como de costumbre, 
á hablar amable y alegremente, 
Misticot, pretexto de aquella entrevista, 
fué sacado de la cuadra, y el Conde le ha- 
lló magnífico; pero le encontró el defecto 
de que tenía poca alzada para ser montado 
por un hombre. 
Blanca y David fueron 
opinión ; el prelexto, después de algunos 
paseos, volvió á la cuadra, donde sus com- 
pañeros le llamaban con alegres relinchos. 
vI 
Tras media hora de paseo por las ala- 
medas del pequeño parque, Paul de Nan- 
cey y David se dispusieron á regresar á 
París. 
Antes de subir al coche, el Conde había 
solicitado la autorización de volver, la que 
la señorita Lizely había otorgado de buen 
grado, conviniendo en que le esperaría al 
tercer dia. 
Cuando el faetón hubo traspasado la 
verja, David dió comienzo á la conversa- 
ción. 
-¿ Y bien?—preguntó,—¿qué opina el 
señor Conde de nuestra visita ? 
—Pienso que hemos visto una persona 
seductora. 
—Me parece... que no habia exagera- 
do — continuó David. — ¿Es bonita la se- 
fiorita Lizely ? 
——El hecho es—replicó el señor de Nan- 
cey,—que por una mujer tan encantadora 
se arruinaría cualquiera sin titubear. ¡ Va- 
le millones | 
—Y los millones que vale, los aporta. 
El señor Conde tiene buena suerte. 
—¿ Creéis que yo le agrade? 
—¡ El señor Conde es muy modesto! La 
señorita Lizely está enamorada ; la cosa 
no tiene para ri la menor duda y además 
tenemos una prueba evidente, 
-—¿ Cuál ? 
—El permiso concedido graciosamente 
de poder volver, sabiendo por qué causa 
volverá el señor Conde, sin contar que es- 
taba turbada y que os miraba de cierta ma- 
de la misma' 
nera... ¡Ahi ¡sois buen conocedor! Ya 
quisiera hallarse en la noche de boda; 
pero yo espero que el señor Conde no ten- 
drá la. crueldad de hacerla aguardar mu- 
cho tiempo... ¿Es que me equivoco? 
—ls probable que el casamiento se ve- 
rifique. 
—El señor Conde puede decir que es 
seguro, si quiero, puesto que sólo depende 
de él. Dinero, hermosura, talento, todo re- 
unido. No será fácil hallar nada mejor. 
Después de un momento de silencio, 
Paul preguntó: 
—¿(Quión es ese lord Sudley que se pa- 
seaba en el Bosque con la señorita Li- 
zely ? 0 
—Un antiguo amigo—contestó David.— 
Así lo ha dicho ella misma al señor Conde. 
—¿Cómo”ha conocido á ese inglós ? 
—No lo sé. 
—¿La visita diariamente? 
—¡Ah, nol—exclamó David riendo ;— 
por una razón muy sencilla, 
—¿ Cuál ? 
—Que ha muerto. 
—¿ Y de él procederá la herencia de que 
me habéis hablado? 
—He tenido el honor anteayer de ase- 
gurar al señor Conde que ignoraba por 
completo el origen de la fortuna de la se- 
ñorita Lizely. 
Paul no insistió y á partir de aquel mo- 
mento, á pesar de los esfuerzos de David 
- Meyer, la conversación languideció y ter- 
minó por el silencio. 
Una multitud de suposiciones y de con- 
jeturas se sucedian en el ánimo del Con- 
de. No dudaba que la fortuna de Blanca 
provenía de lord Sudley, ¿pero á qué *ti- 
bulo, aquel gran señor había enriquecido 
á la joven? 
El testamento podía explicarlo con cla» 
ridad. 
Quizás lord Sudley, había conocido y 
amado ú la mujer del coronel. Tal vez 
tendría motivos para creerse el verdadera 
padre de la señorita Lizely y con este ti- 
tulo enriquecerla. Era posible, aun acep- 
bable, pero bien novelesco. Otta solución, 
mucho más verosímil, se presentaba obs- 
tinadamente en la imaginación de Paul 
causándole gran inquietud y era: que el
	        
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