Full text: Los dramas del adulterio

108 DRAMAS DEL ADULTERIO 
dréis tiempo de adoptar una determinación 
y obrar según os convenga mejor. ¿Hace? 
Blanca hizo un signo afirmativo. El eo- 
chero fustigó el caballo y no paró hasta 
que llegó á la alture de la callo Roche- 
chouart, cerca del boulevard exterior El 
coche se hallabe frente % un notel, ú 
más bien de una casa amueblada de vi- 
gésimo orden. Casi todos .os cuartos de 
aquella casa se hallaban ocupados por mu- 
jeres de moralidad dudosa, cuya fortuna no 
secundaba sus esfuerzos. El ama de la 
casa, un tipo del género de la señora Nou- 
risson, tan magistralmente bosquejado por 
Balzac, ejercía además en la planta baja 
de la casa la profesión de vendedora de 
ropas. 
Al ver detenerse el vehículo, dejó el 
grasiento sillón que ocupaba en unión de 
un enorme gato que venta sobre la falda. 
y se dirigió á la puerta 
—Mamá Chaudei—la dijo el auriga,— 
os traigo una parroquiana. una señorita 
que ha llegado 4 Paris hace un rato por 
el ferrocarril del Norte sin equipaje y Sir. 
documentos... 
La señora Chaudet cruzó la acera y se 
acercó á la portezuela del coche. 
—¡Sin equipaje y sir documentos |— 
repitió.—¡ Diablo! ¡ Diablo! ¿Tenéis dine- 
ro al menos? 
—Lo tengo—respondió Blanca. 
—¿Y la conciencia tranquila ? 
—No sé lo que queréis decir, señora. 
—Que se paga una quincena adelantada, 
que como sabéis es la costumbre. 
—Me es indiferente. 
—Siendo asi, podéis pasar, 
La señora de Nancey pagó generosamen- 
te al cochero y penetró en la casa. 
—¿Es sólo una alcoba ó un gabinete lo 
que deseáis ? 
—Quiero lo que haya mejor. 
—En el primer piso hay habitaciones 
de lujo... Venid y lo veréis. 
Aquellas habitaciones de lujo, con pre- 
cio de sesenta francos al mes, era una 
pieza bastante espaciosa con alfombra jas- 
peada, una cama de balaustres de made- 
ra, sillones tapizados de terciopelo Utrech, 
mesa redonda con tapete encarnado, cor- 
tinones del mismo color en ute y dos 
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cuadros de Horacio Vernet, representando 
el uno Mazepa y el otro La confesión de 
un bandido italiano... 
¡Era un pequeño Louvre! 
La señora de Nancey se preguntaba có- 
mo podria vivir, aunque sólo fuese quin- 
ce días en semejante sitio ; pero, no pudien- 
do elegir, se quedó con la habitación que 
acabamos de describir, y entregó treinta 
francos á la dueña de la casa. Esta, al ver 
un portamonedas tan bien surtido, se vol- 
vió excesivamente amable con su cliente. 
—Aqui se os cuidará bien, señorita—le 
dijo llamando sobre sus labios una sonri- 
sa.—Estarós satisfecha... Sólo tendréis 
que dar á la criada alguna propinilla para 
que os, sirva bien... lo que queráis... Yo 08 
pondré la libra de bujías de primera cla- 
se sólo veinticinco céntimos más, sobre el 
precio que las venden al por mayor. 
Cuando queráis hacer vuestras comidas en 
vuestro cuarto, irán á buscarlas allí en- 
frente, que guisan admirablemente. 
La patrona, acordándose de que tal- 
bién vendia ropas, se sonrió nuevamente 
y prosiguió: 
—¡ An, señorita; habéis tenido suerte 
con venir aquil Ha sido una verdadera 
suerte, porque no teniendo equipaje, segu» 
ramente que os harán falta multitud de 
cosas que no tendréis más remedio que 
comprar. ¡ Todo está muy caro en Paris! 
Precisamente yo vendo todo cuanto nece- 
sitóis; nc podíais haber ido 4 mejor si- 
tio. Tengo en la planta baja el almacén que 
está lleno de ropas superiores, casi nue- 
vas, ropas blancas, encajes, vestidos de 
cachemir, de seda... ¡magnifica ocasión 
de la que debéis aprovecharos! Cuando 
queráis podcis elegir... no tenéis más que 
significarme vuestro deseo... todo estará « 
vuestra disposición... contra dinero al con- 
tado, bien entendido... 
—Ya veremos más tarde—dijo Blanca, 
á quien la idea de ponerse ropas interiores 
y trajes que otra hubiera usado, revolvia 
sus instintos aristocráticos. 
—Cuando queráis... cuando queráis... 
¿Habrá que traeros algo ahora?... ¿Una 
taza de café con leche y un bollo? 
La señora de Nancey respondió afirma 
tivamente. ;
	        
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