LOS DRAMAS DEL ADULTERIO
—Por un medio muy legal y el más
sencillo del mundo. Tenemos á nuestra
disposición el artículo 339 del Código per
nal...
XXXV
—¿ Artículo 839 2—repitió la Condesa.
—S$i, señora; positivamente.
—¿Qué dispone ese articulo?
El ex procurador tomó de encima de la
mesa un pequeño volumen, lo hojeó du-
rante un momento y respondió :
—He aquí el texto: 1 marido que ha-
ya sostenido una concubina en el domici-
lio conyugal, y que haya sido acusado por
su mujer, será castigado con una multa de
ciento á dos mil francos.
—¿Es eso todo?—exclamó Blanca.
—¿Qué más queréis, señora Condesa ?
—Una multa irrisoria... Eso no es un
castigo. ¿Y de la cómplice, la ley no dis-
pone nada en contra de ella ?
—Nada.
—¿Pero la mujer legítima tiene derecho
á entrar en el domicilio del marido con la
cabeza erguida ?
—Seguramente.
—¿ Y el derecho de echar de él 4 la con-
cubina ?
—Eso no se pregunta.
—¿Y si el marido se niega ú recibir 4
su mujer?... ¿Y si trata que se quede la
querida ...
—El comisario de policía interviene en
este caso, á instancia de la esposa ofendi-
da, y requiere en caso necesario la fuerza
Pública para hacer cumplir la ley,
—¿Entonces un escándalo ?
—$S1, señora Condesa.
—¿Y la mujer legítima tiene entonces
motivos suficientes para pedir la separa-
ción?...
—Que el tribunal acuerda en su favor.
Fundándose en el Código de Napoleón, es
admitida en juicio la mujer legítima, se-
gún el artículo 230 del Código civil, para
solicitar y obtener el divorcio por causa
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de adulterio del marido, cuando ha tenido
la concubina en el domieilio conyugal.
—Muchas gracias, caballero; es proba-
ble que mañana necesite de vos.
—Seré muy dichoso poniéndome á vues-
tra disposición.
—Señor Fumel, aqui tenéis vuestros
quince luises.
—Tengo el gusto de exponer á la seño-
ra Condesa que mis hombres han desple-
gado mucho celo, y que una pequeña gra-
bificación halagará su amor propio — dijo
haciendo un gran saludo el socio del señor
Roch.
Blanca sacó dos mongdas de oro de su
portamonedas y dijo:
—Tomad, parg vuestros hombres.
Y con las ideas en ebullición salió del
despacho y de la casa de Roch y Fumel.
¿Quién podrá jamás descender, á fin de
sondear los misterios, hasta el fondo de
ese abismo que se llama el corazón feme-
nino? Los prodigios exploradores que to-
do lo hayan visto, adivinado, comprendi-
do, ¿lo conseguirán algún dia? Y si dicen
que lo han visto, ¿los creerán ?
Nosotros sabemos el odio inmenso sin
límites y cruelmente probado, que sentía
la Condesa por su marido.
¿Por qué aquel loco disgusto que se
apoderaba de ella, 4 la sola idea de que
Paul amaba y era amado? Creemos que
aquel disgusto era producido por una do-
ble causa.
Por una parte la mujer ardiente y apa-
sionada, aun siendo enemiga, no admite
nunca que lleven á otro altar un solo gra-
no del incienso que se quemaba otras ve-
ces por ella. Por otra, Blanca veía en el
nuevo amor de Paul la destrucción de sus
planes de venganza insaciable, si no habla
nada que destruyese aquel amor.
Todo lo que habia hecho en contra de
su marido, sólo había servido para hacer-
le dichoso. Aquello era una decepción in»
mensa que no podía aceptar... y por lo
tanto no la aceptaba.
Sin embargo, la Condesa se fué calman+
do poco á poco. Las arrugas de su frente
desaparecieron. Una sonrisa de expresión
amenazadora reemplazó el rictus feros
que se dibujaba en sus labios, y murmurós