Full text: Los dramas del adulterio

LOS DRAMAS DEL ADULTERIO 55 
razón, filirándose por sus venas torrentes 
do lava abrasadora. La situación misma 
do Blanca, aquella situación especial, tris- 
temente novelesca, aumentaba sus ardo- 
res, combatiendo el doble y poderoso amor 
en que se dividía su ser; para Margarita, 
las castas caricias, y para la señorita Li- 
cely, la pasión más violenta y lujuriosa. 
Esta pasión funesta iba á aumentar to- 
davía, á desbordarse, no dejando 4 Paul 
una hora de sosiego hasta el día en que 
la posesión se efectuase, poniendo un di- 
que á aquella marea ascendente, por lo 
cual era preciso poseer 4 Blanca á todo 
trance, y lo repetimos, aun ú costa de su 
honor. 
Hay que convenir en que nunca faltan 
buenas razones al hombre que, dispuesto á 
cometer una mala acción, necesita antes 
justificarse 4 sus ojos. 
Tras largos razonamientos lógicamente 
debatidos, pero cuyos detalles sería prolijo 
enumerar, el conde de Nancey llegó 4 la 
siguiente conclusión: La señorita Lize- 
ly, en suma, no es más que una mujer ga- 
lante, querida, públicamente declarada, de 
un viejo lord y enriquecida por su libera- 
lidad póstuma. Deseosa hoy de reconquis- 
tar su pasado bajo la égida de un hombre 
de mundo, la señorita Lizely, no pudiendo 
negar lo que todo París sabe, inventa un 
drama íntimo en el cual se reserva el pa- 
pel de víctima y se arregla, muy sabia- 
mente, una aureola virginal. Esto es tan- 
to más ingenioso, cuanto que lord Sudley, 
muerto y enterrado, no vendrá 4 desmen- 
tirla. ¡ Aplaudir la peregrina idea de la pe- 
cadora, es de justicia | ¡ Creer su relato, se- 
ria una necedad! Blanca ha querido to- 
marmo por necio y ha hecho bien, con 
arreglo al derecho de la mujer ; pero devol- 
viéndolo yo la jugada, obro con el derecho 
de hombre. Además, seré discreto, no ala- 
bándome de mi conquista, y si la: simpá- 
bica joven quiere á todo precio un marido, 
el cuento que para justificarse ha inven- 
tado podrá servirle sin gran trabajo para 
otro un poco más necio que yo. Ahora 
bien; es preciso que me dé prisa, potque 
no tengo más que quince días de plazo, 
y €s necesario vencer en Ville-d'Avray 
antes de casarme en Montmorenoy. 
Como se ve, el carácter burlesco del vi- 
vidor sin escrúpulos, reaparecería. Paul iba 
á cometer una de esas infamias galantes 
de todos los tiempos, cuyo protagonista se 
muestra sumamente satisfecho. Engañar 
vilmente á una mujer que se fía en vues- 
tro honor no es, después de todo, más que 
una bagatela, 
Una vez adoptada dicha resolución, el 
señor de Nancey se sintió libre de un gran 
peso y no se preocupó más que de dos co- 
sas: hallar el medio de realizar su matri- 
monio y su intriga galante, sin inspirar du- 
das ni inquietudes, ni en el castillo de 
Montmorency ni en e] chátelet de Ville- 
d'Avray, lo cual, para un hombre práctico 
como él en las múltiples tretas de las aven- 
turas amorosas, aquello no era más que un 
juego de niño, 
Paul comió rápidamente; al atravesar 
París, tomó el tren y llegó á casa de Nico- 
lás Bouchard, en el momento en que el 
padre y la hija se levantaban de la mesa. 
Fué recibido con los brazos abiertos y 
con gran expansión por parte del ex tapo- 
nero. El sobrescrito de su carta de aquella 
mañana, dirigida al barón Bouchard de 
Montmorency, había producido un exce- 
lente efecto. Aquel sobre, trazado por la 
mano de un conde auténtico, cuyos blaso» 
nes históricos estaban en Versalles en el 
salón de las Cruzadas, parecía al buen 
hombre un título de nobleza de inestimabla 
valor, De buen grado hubiera hecho poner 
en un cuadro aquel bienaventurado sobre 
colocándolo en el sitio más visible de uno 
de los salones del Renacimiento, pensan- 
do al mismo tiempo muy seriamente en 
aumentar en cien mil francos la dote de 
Margarita. 
Al ver entrar al señor de Nancey, la jo- 
ven permaneció callada ; pero su adorable 
semblante y su sonrisa hablaban elocuen- 
temente, 
La noche estaba deliciosa como la ante. 
víspera, y Nicolás aprovechó esta circuns- 
tancia para proponer dar un paseo por el 
parque. 
En cuanto nuestros tres personajes lle. 
garon al paseo circular, que el espeso fo- 
llaje de los grandes árboles hacía obscuro 
y misterioso, el fuburo suegro desapareció
	        
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