Full text: Los dramas del adulterio

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después de dar 4 Paul un golpecito signifi- 
éativo en el codo, que éste comprendió 
perfectamente. ' 
La hora y el sitio eran $ propósito para 
hacer una declaración de amor. La noche 
tramquila, la semiobscuridad reinante, el 
silencio de la Naturaleza, el perfume do las 
flores de otoño embalsamando la atmósfera 
templada, una+bóveda de follaje sobre la 
cabeza y la arena suave como un tapiz 
bajo los pies... He ahí el cuadro. 
Margarita apoyada en el brazo de Paul 
con un involuntario abandono, iba con la 
cabeza inclinada. El Conde empezó ú ha- 
blarla en voz baja y apasionada, diciéndo- 
emoción contenida esas cosa 
1 
1d Ci 
n una 
graciosas y banales que, desde 
J 
de Eva. Margarita escuchaba muda, tur- 
bada, un tanto temblorosa, pero henchida 
de una felicidad tan grande, que no crela, 
pudiera existir otra parecida en la tierra. 
En fin, cuando el joven, después de largo 
tiempo de hablar, pues en esta materia la 
elocuencia es inagotable, concluyó con. es- 
tas frases: 
—Margarita, 0s amo y me creo capaz de 
haceros dichosa... Margarita, ¿queréis ser 
mi esposa? 
—£Si mi padre consiente, ..—balbuceó, 
—¡Pater noster! ¡Con toda mi alma !— 
exclamó Nicolás Bouchard apareciendo de 
pronto, y lanzando, por exigirlo las cir- 
cunstancias, el juramento favorito del gran 
condestable.—Abrazadme, hijos mios, ya 
gois prometidos... y antes de quince días 
seréis marido y mujer... ¡antes de diez 
meses seró abuelo! 
El pobre hombre, riendo á carcajadas, 
arrojó á Margarita en los brazos de Paul, 
que la sintió estremecer bajo el casto beso 
que le dió, 
—¡ Sea enhorabuena l-—dijo Bouchard; 
—¡esto va bien, estoy contento! Ahora, 
señor Conde y señora Condesa, volvamos 
al salón, si gustáis... Necesitamos mi yer- 
no y yo ocuparnos del contrato y de los 
preparativos de la boda... 
Nuestros tres personajes tomaron el ca- 
mino del pequeño castillo, y como el vestí- 
bulo estaba un poco obscuro, Nicolás Bou- 
chard, aprovechó este incidente para lla- 
56 LOS DRAMAS DEL ADULTERIO 
mar á los criados á voces, exclamando 
cuando los tuvo reunidos: 
—:¡ Holgazanes! ¿Qué significa esto? 
¿Por qué esos candelabros no están encen- 
didos? El señor Conde, ¡mi yerno! por po- 
co se pega hace un momento contra un 
hombre de armas. ¡Que' esto no se repi- 
ta! ¡ Poned bujías por todas partes y todos 
los días, ó de lo contrario os despido á to- 
dog! 
Una vez en el salón, Nic 
cuestión del contrato; pero el señor de 
Nancey le interrumpió: 
—Mi querido 'suegro—dijo,—ya 
céis los detalles de mi posición. 
—Punto por punto, 
, | 
, y RU y. 
ás abordó la 
COno- 
ñ 
Me habéis indicado vos mismo vues. 
e protegerm 
—Pues bien; entonces, ¿qué necesidad 
tengo de saber más? Entendeos con vues- 
tro notario, porque no haciendo yo un Ca- 
samiento por interés, sino por amor, po» 
déis estar seguro de ello, apruebo desde 
luego cuantas disposiciones toméis y fir» 
maré el contrato sin haberlo leído, 
—¡Pascua de Dios, yerno mío !|-—balbu- 
ceó Nicolás Bouchard con voz cariñosa y 
enjugando sus ojos, —sois aún más gentil. 
hombre que lo que os creía, ¡Ah, hacéis 
bien al confiaros á mí... no quedardis des- 
contento | 
Estrechó la mano del Conde con tan vi» 
va cordialidad, que el joven, al sentirsela 
libre, le costó gran trabajo desunir los de- 
dos, que se hallaban adormecidos de dolor. 
En seguida quedó decidido que al día 
siguiente el do Nancey remitiría sus fapo- 
les al señor alcalde de Montmorency, inyi- 
tándole á comer con tal motivo. Las amo. 
nestaciones tendrían lugar al domingo si. 
guiente en la alcaldia y en la iglesia y la 
boda se celebraría en el plazo estrictamente 
legal. 
—Mañana iremos á París, mi querida 
Margot—dijo Bouchard,—no disponemos, 
señora Condesa, más que del tiempo indis. 
pensable para ocuparnos de tus trajeS..., 
aunque las oficialas velarán todas las no» 
ches y se pagará lo que sea necesario á fin 
de que todo esté dispuesto para el día quae 
sea preciso,
	        
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