LOS DRAMAS DEL ADULTERIO 69
—Mi querido señor, sois un imperti-
nente y un fatuo.
-——¿Eh?—profirió el joven medio des-
abilado por los brutales epítetos que aca-
Baba de lanzarle el Conde.
—£Si el padre de la Condesa ha sido un
comerciante, —continuó Paul,—al menos
ella es hija de su padre, y según se dice
yos no podriais decir otro tanto.
Esto era tanto más cruel, cuanto que
la señora de Nattes, madre, tuvo fama en
otros tiempos de ser demasiado galante, y
todo Paris se habia ocupado de sus aven-
turas.
El joven, livido de furor, trató de arro-
jarse sobre el señor de Nancey, y sus com-
pañeros le detuvieron,
—Os aconsejo que os calméis-—conti-
nuó Paul, —no acostumbro á solventar nin.
guna querella 4 puñetazos, y además con
vos yo seria el más fuerte, Nos veremos,
si Os parece, mañana por la mañana en
el bosque de Bolonia,
—Así lo espero.
Inmediatamente fueron designados cua-
tro testigos, y todo quedó arreglado sobre
el terreno para el inevitable desafio,
Paul, sin dignarse siquiera prevenir á
su mujer, no volvió aquella noche 4 Mont-
morency, y 4 la mañana siguiente el se-
ñor de Nattes recibió en el hombro dere-
cho una estocada que lo postró en cama
durante seis semanas.
Ciertamente que la pobre Margarita no
tenía la culpa de la pesada broma del
señor de Nattes, á quien el cháteau-Iquem,
cháteau-la-rose y el vino de Có!e-Roti, ha-
bian perturbado la inteligencia, Paul, al
casarse con ella, conocia perfectisimamen-
te el origen de la fortuna de Nicolás Bou»
chard, y pensaba con razón que aquella
fortuna había sido adquirida honradamen-
te. A pesar de ello, fué injusto para su
mujer, sintiendo hacia ella una repulsión
profunda, no perdonándole el haber sido
la causa involuntaria de una escena en la
cual su dignidad personal había sido ho»
llada ; por lo menos así lo crela.
—-¡ Este casamiento me hace ridículo !
—pensaba con cólera, —Sirvo de «burla ¿4
todos los que me. conocen, á no dudarlo,
pues que el necio á¿ quien he castigado ha
tenido la osadia de decirmelo,
Un abismo se acababa de abrir entra
Margarita y el Conde. No le decía nada,
es muy cierto, pero su frialdad aumenta-
ba, sus ausencias eran cada día más fre-
cuentes y más largas, su falta absoluta
de atención y casi de conveniencia, pro-
baban bien claramente á la joven que ya
no ocupaba ningún sitio en el corazón de
su marido, Demasiado orgullosa para que-
jarse, muy paciente para incomodarso,
Margarita so resignó en silencio, confiando
en Dios, diciéndose que, sin duda, los
hombres eran todos jguales y esperaba en,
el porvenir un cambio ¡ay! imposible.
Hubiera estado sola casi siempre sin las
visitas de Renó de Nangis. A medida que
el marido se alejaba, el joven se aproxima-
ba, Era de esperar. Dos ó tres veces había
sorprendido 4 Margarita con los ojos enro-
jecidos por el llanto, ¿Lloraba? no era fe-
liz y sufría. La causa de aquel sufrimien»
to no había necesidad de buscarla ; el des»
pego de su marido lo decía, Al abandonar
á su mujer, el conde de Nancey trabajaba
para René,
El señor de Nangis reflexionó sobre
aquellos hechos y los razonamientos que
acabamos de reproducir, alguno de ellos
no carece de lógica. Abrigaba para el
porvenir una lejana esperanza ; esperanza
vaga é incierta, no necesitando confesar»
se á sí propio que se hallaba perdidamente
enamorado de la Condesa. La más insigni-
ficante tentativa de declaración, por muy
embozada que hubiera sido, habría ocasio.
nado su inmediata expulsión y todo lo
fiaba al. tiempo,
La señora de Nancey en su candor pro.
fundo, que los disgustos dejaban incólume,
no suponía ninguno de los sentimientos
que inspiraba á René de Nangis, conside»
rándole como el más respetuoso amigo y
el más cariñoso de los hermanos.
*
*
Desde el momento en que el conde de
Nancey, muestro triste héroe, dejó de ocu.
parse casi por completo de su casa, pa
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