Full text: Los dramas del adulterio

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82 LOS DRAMAS DEL ADULTERIO 
por la acogida casi glacial que la había 
hecho, se dejó caer en un sillón ocultando 
Bu rostro entre las manos, prorrumpiendo 
en amargo llanto y sufriendo espasmos 
convulsivos, 
—¡ Oh l—balbuceaba al propio tiempo, 
——| Hacía mal en confiar!... Qué locura... 
me desprecia... me aleja... ya no me ama... 
ya no me amará nunca... 
Margarita aquella noche se durmió llo- 
rando. 
Felizmente á los diez y ocho años las im- 
presiones más violentas pasan pronto. Al 
día siguiente aquella angustia punzante se 
había aminorado. El señor de Nancey, á 
quien la perspectiva de una próxima feli- 
cidad tenía alegre, estuvo amable con su 
mujer y la pobre joven llegó 4 creer que se 
había equivocado y que su desesperación 
de la víspera no tenía un motivo serio, 
Era preciso devolver la visita 4 Blanca 
y dos días después Paul llevaba 4 su mu- 
jer al chalet de Ville-d'Avray. La señorita 
Lizely, prevenida de antemano, les espe- 
raba y recibió á la Condesa con demostra- 
ciones de alegría tan naturales, que otra 
más hábil aún que Margarita las hubiera 
treido sinceras. Retuvo á sus convidados 
hasta la noche y prometió que antes de 
acabar la semana, iría á ver á su querida 
prima, á su amiguita, pues de este modo 
llamaba á4 Margarita. 
Jumplió lo ofrecido y durante una quin- 
cena las visitas se cambiaron con cortos 
intervalos. Blanca y la Condesa no podían 
apartarse la una de la otra y era un espec- 
táculo delicioso el contemplar aquellas dos 
jóvenes hermosas, pero de distinta belleza, 
paseándose lentamente por las largas ave- 
nidas bajo la sombra de los frondosos ár- 
boles. 
—Querida Margarita—dijo un día el 
Conde á su mujer,—creo que os habéis 
hecho inseparables vos y mi prima. 
—No os equivocáis. Cuanto más la trato 
más la quiero, 
—Pues se me ha ocurrido una idea, que 
Os agradará sin duda. 
—¿Cuál es esa idea ?...—interrumpió 
con curiosidad la Condesa. 
—Oídla. Está empezando el otoño que 
promete ser delicioso, y como aun han de 
transcurrir dos ó tres meses antes de que 
volvamos á París, ¿por qué no invitáis 4 
Blanca á que venga á nuestro lado hasta 
fin del otoño? 
—¿ Consentirá ? 
—Si se lo decís de cierto modo, creo qua 
no se negará. 
—¡Ah, sería muy dichosa! y os agradez- 
co el haber tenido una idea tan feliz. 
Margarita, en la expansión de su alegría, 
sentía el ardiente deseo de arrojarse en los 
brazos de su marido para demostrarle me- 
jor su agradecimiento, pero recordó la gla- 
cial acogida que le había hecho en otra 0ca- 
sión, y no queriendo sufrir un nuevo dis- 
gusto, se contentó con coger la mano de 
Paul y estrechársela. El Conde, por pura 
galantería, llevó delicadamente á sus labiog 
aquella pequeña mano temblorosa y la sol- 
tó después de haber depositado en ella un 
tibio beso. Margarita lanzó un suspiro. 
Aquel mismo día, como si hubiese adi- 
vinado la impaciencia de su amiga, Blanca, 
á quien no esperaban, se presentó en Mont- 
morency. 
La Condesa, con el temor de hallar al. 
gún obstáculo imprevisto, expuso caluro- 
samente su petición y terminó con estas 
[rases : 
—¡Mi querida prima, no me digáis que 
no, un sí me hará feliz! 
—| Querida mía !—contestó la señorita 
Lizely besando á su cariñosa rival, —¿me 
creóis tan enemiga para no aceptar tan 
grande alegría, sobre todo procediendo da 
vos? 
—¿ De modo que aceptáis ? 
—S1, por cierto, y de todo corazón. 
Margarita á su vez besó 4 Blanca y pal. 
moteaba como una niña, que es lo que ver- 
daderamente era. 
—¡ Ah, qué buena sois! — exclamó. — 
Desde hoy os quedáis aquí... Esta noche 
ya no iréis á Ville-d'Avray, ¿no es verdad ? 
—No deseo otra cosa y querría no sepa- 
rarme de vos jamás. Voy á mandar dos le- 
tras á mis doncellas para que en una ó dos 
cajas me traigan las cosas más indispensa- 
bles, porque al fin—añadió sonriendo, — 
aunque estamos en el campo y no sea co- 
queta, es conveniente tener más de un 
vestido...
	        
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