Full text: Los dramas del adulterio

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86 LOS DRAMAS DEL ADULTERIO . 
—Paul—dijo la señorita Lizely con to- 
no grave, —pensadlo bien, Interrogad vues- 
tra conciencia, y si halldis algo fundado 
en la queja que vuestra mujer acaba de 
formular en contra mía, decidmelo fran- 
camente... Estoy dispuesta 4 marcharrre... 
—] Marcharte tú ;—exclamó el señor de 
Nancey,—alejarte á causa de las tonte- 
rías de Margarita! Vamos, ¿es eso posi- 
ble? ¿Es que tú podrías vivir lejos de 
mi? Si una de las dos debiera abandonar 
esta casa, no serías tú, sería la otra. 
Convencida de que manejaría la volun- 
tad del Conde como cera de modelar entre 
sus diestras manos, la señorita Lizely se 
propuso justificar las odiosas palabras que 
su amante acababa de pronunciar, convir- 
tiéndose en dueña y soberana absoluta de 
Montmorency. Disponta como única due- 
fia en aquella casa que pertencia 4 Mar- 
garita, y los criados, á semejanza de su 
amo, no obedecian las órdenes de aquélla. 
in día manifestó 4 Paul que la soledad 
le agobiaba, y el Conde en seguida hizo 
un sin número de invitaciones y de gastos 
para dar fiestas”en las cualos fuese la rei- 
na Blanca Lizely. 
En medio de aquellos placeres que se 
pagaban con el dinero de Margarita, ósta 
parecía una persona extraña ú la casa. 
Su situación podía compararse á la de una 
señora de compafila, cuya personalidad su- 
balterna no merece ni obtiene más que 
distinciones superficiales. En el torbellino 
de esta existencia odiosa y humillante, la 
joven Condesa no tenta más consuelo que 
la presencia del barón de Nangis; una rá- 
faga pasajera do felicidad les había sepa- 
rado, y el sufrimiento les acercaba de nue- 
vo. La confianza que el Barón inspiraba 
ú Margarita no tenía límites, llorando en 
su presencia y confiándole sus penas, y 
éste, al ver el lugar que aun ocupaba el 
Jonde en el corazón angelical de aquélla, 
se estremecía. 
El Barón prodigaba ¿ Margarita consue- 
los apasionados y no osaba hablarla de su 
amor, 
La señorita Lizely no perdía de vista á 
los dos jóvenes como la pantera que ace- 
cha la presa sobre que va á arrojarse, y no 
pudiendo creer que el profundo cariño del 
Barón fuese completamente desinteresado, 
y que Margarita, abandonada absolutamen» 
te á sí propia, no tratara de tomar la revan 
cha, se decla : 
-—El momento se acerca... 
Se decía esto y, sin embargo, se irritaba 
al ver que las entrevistas tan frecuentes 
entre Renó y Margarita, eran, más que 
nunca, sumamente respetuosas por una 
parte, y absolutamente castas de la otra 
Esto era absurdo, incomprensible, pero 
cierto... 
Blanca supuso que algunos días de com» 
pleta libertad y de intimidad, proporciona» 
da por ella al Barón y á la Condesa, intro- 
duciría en su situación modificaciones pto» 
fundas. La soledad es mala consejera para 
dos enamorados, y sabiéndolo perfectamen. 
te, procuró ponerlo en práctica. 
Decidir y ejecutar era una misma cosa 
para la señorita Lizely, y al día siguiente 
expresó á Paul el deseo de hacer una visita 
á su castillo de Normandía, y marchó con 
el Conde hacia sus dominios de los Tilos. 
XXIITI 
Antes de abandonar á Montmorenoy, el 
Conde se mostró muy afectuoso con Mar» 
garita, hasta el punto de advertirla que sy 
ausencia duraría probablemente una se- 
mana; tuvo que sufrir la pobre joven un 
beso de Blanca, acompañado de las gi- 
guientes frases irónicas : 
—(Querida prima, bien vais 4 echarnos 
de menos á mi amable primo y á mí. Nos 
acordaremos de vos, estad segura de ello, 
y hablaremos de vos todos los días... Pro- 
curad no fastidiaros durante nuestra au- 
sencia... Hasta la vuelta... 
Margarita, cuando el coche se hubo ale» 
jado, sintió oprimírsele el corazón y al 
mismo tiempo un impulso de alegría. — 
El Conde, al alejarse con otra mujer sin 
siquiera haber pensado en llevarla, le daba, 
es verdad, una nueva prueba de su indife- 
rencia absoluta ; pero al menos durante al- 
gunos días no tendría que sufrir las cons» 
tantes manifestaciones de indiferencia con 
aire desdeñoso y protector de Blanca Li»
	        
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