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EL DESCONTENTO 119
horizontes espirituales del niño, que no tiene
otro consuelo que el religioso, y el cual no pue-
de sentirse bien en la primera edad?
Estaba prohibido hablar un colegial con otro,
ni en clase, ni durante la comida, ni en las filas.
En el recreo $e*prohibían las conversaciones, y
sólo se podía jugar con la pelota o el balón.
Es decir, sólo se podía hablar en el paseo—¡ue-
ves y domingos por la tarde—, y para esto ya
os señalaban previamente con quiénes habíais
de ir.
Se formaba la comitiva para el paseo en ter-
nas, que con paciencia y con intención formaba
el padre inspector, teniendo en cuenta las anti-
patías de unos con otros... para juntarlos. A
veces esas antibatías se esfumaban en el pa-
seo..., y ya no los volvían a poner juntos.
Así, la vida era poco agradable. A las cinco y
media de la mañana nos despertaba una .cam-
panilla tenaz, y después de sonar un rato, había
que contestar al Benedicamus, Dómino, del pa-
dre, el Deo gracia, forzado, nuestro. ¡Y a fe que
no nos agradecería Dios la salutación! Gon lo
pesado que es el sueño de los jóvenes, figuraos
con el gusto que nos levantaríamos a aquellas
horas. :
Ibamos en seguida a oír misa, con escasa de-
voción por cierto. Pesados, somnolientos, nues-
tros cerebros no coordinaban bien, y nuestro en-
tusiasmo espiritual se reducía, cuando perma-