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120 ARTEMIO PRECIOSO
necíamos de rodillas, a desear que llegara el
feliz instante de sentarnos.
Tras la misa íbamos al estudio, donde tardá-
bamos en poder concentrar la atención, y a las
ocho bajábamos a desayunar. ¡Qué bien nos sa-
bían la tacita de chocolate y el vaso de agua in-
gerido a continuación ! ¡Porque lo único que con
el régimen del Colegio se nos conservaba a las
mil maravillas era el estómago!
Las clases, que por la mañana duraban desde
las ocho y media a las diez y media, resultaban
distraídas, por la forma en que se celebraban.
En las clases de Letras había dos bandos: el
romano y el cartaginés. En ellos había empera-
dor, cónsul, tribtino, abanderado y decurión. En
las clases de Ciencias, el Imperio era substituíde
por Principados. , j
Cuando uno del estado llano sabía bien la lec-
ción, podía desafiar al que ostentaba el cargo
más ínfimo, y al ganar tres victorias, éste era des-
pojado del puesto y ocupado por el triunfador.
Los desafíos consistían en recitar la lección y
corregirse mutuamente, siendo preferido el que
llevaba los renglones aprendidos al pie de la
letra.
¿Necesitaré decir que este sistema es perni-
cioso en la enseñanza? ¿Necesitaré esforzarme
en demostrar .que este procedimiento dacente
sólo servía para enfatuar a los más aplicados,
que generalmente eran los más necios? Además,
se suscitaban odios, si no africanos, por lo me-