El padre Furgús.
Si viviera, al dedicarle estas líneas, diría: “¡A
su salud, padre Furgús!” Pero no vive. El pa-
dre Furgús terminó trágicamente. Se despeñó
recorriendo la sierra de Orihuela, víctima de sus
aficiones arqueológicas.
Pero este padre, que era catalán, tenía un ca-
rácter campechano, noble y bondadoso.
Era profesor de Francés. Y su clase era un re-
creo. Siempre estaba contando historias, chasca-
rrillos, anécdotas, que NOS embelesaban. ¡Y un
día habló mal de los jesuítas!
Sin embargo, a pesar de su bondad, cuando
se enfadaba era temible, entre otras razones, pot-
que poseía unas fuerzas hercúleas. Un día, de
un puñetazo rompió la mesa en cuatro partes.
¿Fué algún terrible desengaño lo que le llevó
a la Orden de San Ignacio? ¿Su mismo carácter
franco y alegre no hablaban de que quería ol-
vidar? ,
Y su misma muerte, rodeada de misterio,
¡quién sabe si fué o no casual; quién sabe si,
no pudiendo olvidar ni alejado del mundo, bus-
có él mismo el alejamiento definitivo!
Ante su tumba yo me descubro y—no 0S €X-
trañe—¡rezo!