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Tragicomedia.
En Valencia estuve dos años, asistiendo a la
Universidad como estudiante de Derecho. Desde
allí envié mi primer artículo a un semanario de
mi pueblo. En él me mostraba socialista. Un li-
bro de Ferri me había hecho discípulo de Marx.
No fuí buen estudiante. Prefería la literatura,
y todo mi dinero lo gastaba en la adquisición de
novelas. a
Más tarde, en mi pueblo, fundé un periódico,
que murió en seguida. Fundé otro, que vivió
cinco años.
Vine a Madrid, donde ingresé en la redacción
de La Década, que dirigía un viejo cretino, ba-
boso. Aquella caricatura de hombre me atacaba
los nervios. Por las mañanas, cuando con el lá-
piz rojo iba señalando recortes en los periódicos,
sacaba sin cesar la lengua y se frotaba con furia
las manos. Y a mí me daban intenciones de pe-
garle, de arrojarme sobre él como el escolapio
de marras se lanzó sobre el chico, y darle un
bocado en medio de la calva.
Aquel “pielroja” humano tenía un periódico
imbécil, pero al fin periódico—que le produ-
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